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“Todo empezó por unas chocitas”

Encarnación Alayón, nacida en enero de 1915, en su casa de Los Cristianos, durante la entrevista. / DA

VICENTE PÉREZ | Arona

“Todo empezó por unas chocitas de agricultores que bajaban a pescar; luego unas casitas más o menos terreritas y pobres; vinieron después gentes pudientes de Santa Cruz a pasar sus vacaciones; más tarde llegaron los turistas suecos desde el Puerto de la Cruz en taxi buscando sol, y nunca imaginé que esto iba a ser lo que es hoy”. Así, en un relato de apenas 20 segundos, resume un siglo de historia Encarnación Alayón, a sus 97 años la memoria viva de Los Cristianos, el humilde pueblo pesquero que se convirtió en emporio turístico.

“Yo llegué a vivir en una de esas chozas; y en las primeras casas que se hicieron de vigas de madera, piedra y barro; a principios de siglo éramos pocos vecinos, un centenar, y aquí nos conocíamos todos”, evoca, viajando a un tiempo del que ya quedan pocos restos, pues su vivienda original junto a la playa se expropió para hacer la actual vía y paseo marítimos.
Ella bajaba a la playa con sus padres (Agustín Alayón y Herminia Melo) desde zonas más altas de Arona, como Túnez, a pescar los días en que no había faena en el campo.

Apenas pudo aprender las primeras letras, pues fue poco tiempo a una escuela en Arona casco, recorriendo ocho kilómetros al día desde la casa de sus abuelos en Túnez, aunque no terminó la primaria. Después, cuando se abrió una escuela en Los Cristianos, ya tenía 14 años, y era demasiado mayor para que la aceptaran. “Hubiera podido ser maestra”, confiesa, sentada en su mecedora, mirando hacia atrás con la serenidad de conciencia de quien siempre hizo el bien y lo que le permitieron las circunstancias, a menudo duras.

“Me casé con 19 años con Pedro Mariano Melo Tavío”, relata, “y no tuvimos hijos porque Dios no nos los quiso dar, aunque me hubiera gustado ser madre, pero he tenido una buena familia; y aunque vivo sola, tengo nueve sobrinos que son como mis hijos, y que siempre vienen a verme”. Aún tiene fresco el día en que se inauguró la iglesia, “hecha con prestaciones de gente de dinero que venía de vacaciones, como Los Tavío o los O’ Donnell”. De las fiestas de antaño destaca “los bailes, con orquestas de Adeje, y una vez que trajeron a los niños músicos del Hospicio de Santa Cruz; que fue una locura, y se alojaron en las casas del pueblo; y la procesión de la Virgen del Carmen, que embarcaba por la playa, en barcos de remo”. Eran tiempos de “ventorrillos de cuatro palos con techos de sábanas, donde vendían piñas y tortas de almendras, polvorones de clara de huevo y azúcar, traídos de Vilaflor”. Le vienen a la memoria también las fincas tomateras y una industria de salazón de pescado, propiedad de Francisco Fernández Vega.

Foto antigua de Los Cristianos. En una de esas casas junto al mar, ya desaparecidas, vivió Encarnación. / DA

La Guerra Civil y la posguerra fueron tortuosas. “Movilizaron a todos los hombres y nos quedamos las mujeres solas en el pueblo, sufriendo, esperando a que viniera el correo para ver quién escribía; por suerte casi todos volvieron con vida, menos dos, que no murieron de bala, sino de enfermedad”, explica Encarnación, que aun guarda una carta de las que le mandaba su marido, escritas por sus compañeros de batallón, pues él no sabía escribir. “El día que volvió fue una locura; iban llegando por quintas, los traían a Santa Cruz en barco y luego en guagua hasta aquí; cuatro horas de viaje por la carretera antigua”.

La historia cambiaría luego, tras los primeros turistas suecos. “Se alojaban en Puerto de la Cruz, y les pedían a los taxistas que los llevaran adonde hubiera más sol; en la playa de Los Cristianos se estaban días enteros, encantados”, recuerda esta anciana, que, si bien no pudo ser maestra, da siempre una lección de historia de su pueblo.