cuadernos de áfrica >

Un hombre honesto > Rafael Muñoz Abad

Anda la sociedad anestesiada, jarta y pastoreada bajo el engreído dictado de un tropel de politiquillos de derecha, centro e izquierda, o incluso mutaciones que se denominan ¿nacionalis… qué? En su mayoría una morralla inculta preñada por la amoralidad y amiga del buen vivir. Se atraviesan tiempos difíciles y vacíos en los que se anhelan líderes de calado y no hologramas políticos u oportunistas. Con una infancia dura y enfrentada a labores más propias de adultos, Moktar tuvo la suerte de tener un padre con algo de visión. Apenas con más recursos que la ilusión y las arenas y las páginas del Corán como horizonte, un nómada osó desafiar a su cepo mental al desoír los dictámenes familiares y apostarlo todo por la educación de su hijo. El orden natural de las cosas en el desierto dio paso a la escuela de los infieles; allí aprenderás árabe y francés; estudiarás las enseñanzas y las leyes de los nazarenos; pero nunca olvides ni reniegues de tus orígenes, a Dios te confío. De la medersah de Butilimit a la escuela Saint-Louis y de ahí a Niza. Y del bubú a las corbatas, y es que con casi treinta años hay que ser muy humilde para aceptar compartir aula con adolescentes en una Francia fría y lejana ¿Creen ustedes que en la vida todos tenemos asignada una cuota de suerte? Con la avezada visión de su padre, Moktar gastó su cupo de fortuna. El resto se llama afán de superación y empeño. Haciendo frente a las limitaciones que la administración francesa esgrimía en lo relativo a los estudios superiores para los africanos; buscando apoyos y recursos para sufragar un bachiller cuando su partida de nacimiento ya exigía un doctorado, Moktar se licenció en derecho y se convirtió en el primer universitario de Mauritania. Hacerse a sí mismo es asignatura obligada en la carrera por la vida.

Sus memorias narran los orígenes de su linaje y el día a día en un vasto territorio aún sin alma de estado y vertebrado en torno al nomadismo; la llegada de los franceses y el primer coche; el debate de los ancianos a cerca del té y por qué volaban los aviones; la primera radio; el contraste entre su educación tradicional y la occidental; el no a las ansias expansionistas de Marruecos; y mil reflexiones más entre las que brilla: “Mauritania, con sus negros y sus blancos, es como el ojo. No funciona bien, y no puede cumplir plenamente su papel más que cuando sus dos partes, la negra y la blanca, gozan de buena salud […]”.

Podríamos empezar a aprender algo. En 1978 un golpe de estado le derrocó y fue suplantado por una junta militar, que negoció su exilio a Francia donde permanecería hasta el 2001 cuando se le permitió volver a su país.

Como consecuencia de una larga enfermedad, Moktar Ould Daddah murió en París el 14 de abril de 2003. La perspectiva y el tiempo son los únicos jueces que nos ponen a todos en el lugar que nos corresponde.

Con su figura, el país de Mauritania aportó ya no solo a África, sino a la historia, uno de los dirigentes políticos más humanos y honestos del pasado siglo.

*Centro de Estudios Africanos de la ULL. | cuadernosdeafrica@gmail.com