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Al César lo que es del César > Jorge Bethencourt

Tengo el mismo pelo que devoción intelectual por la Iglesia Católica. Escaso. No puedo decir los mismo de los católicos en particular y de algunas órdenes religiosas que se parten la cara y arriesgan los pescuezos por ayudar a la gente en muchos lugares del mundo. Incluido éste, naturalmente. Los discursos, con los años, me la refanfinflan considerablemente. Obras son amores. Un tipo con un anillo de oro, un pedrusco rojo y unos zapatos de Armani, se puede pasar cinco horas hablando de la caridad y me la rebufa tanto como un viejo comunista defendiendo el sueño del Estado total como salvación para los ciudadanos. La literatura me gusta, pero los libros los elijo yo.

Esto de que la Iglesia tiene que pagar el Impuesto de Bienes Inmuebles ha formado un pequeño e intrascendente debate al que tan aficionados somos en este país de países que siempre está animosamente decidido a discrepar del prójimo. No pensaba yo decir ni vaca -o sea, ni mu- pero me ha causado una colitis neuronal que algunos hayan dicho que es normal que la Iglesia no pague el IBI, como no lo hacen los partidos políticos y los sindicatos.

Y hasta ahí. Esa nebulosa de mediocridad meritocrática que nos ha caído en desgracia, partidos y sindicatos, forman parte de una sociedad organizada para su convivencia. La Iglesia es una organización transnacional con sede central en un Estado extranjero llamado Vaticano. Establecer que por ser una entidad sin ánimo de lucro no debe pagar por sus inmuebles dejaría exentos del impuesto, así al pronto, a seis millones de ciudadanos que ni tienen ánimo, ni tienen lucro, ni tienen con qué pagar el IBI que le casca el ayuntamiento de turno.

No sé por qué los edificios de culto de cualquier religión -excepción hecha de los bienes histórico artísticos- deben estar exentos de pasar por el aro. Son igual de respetables pero no más que una librería, una clínica o un banco. Bueno, más que un banco sí. Y, desde luego, en mi orden de prioridades andan muy por detrás de los locales de las decenas de organizaciones humanitarias que, con la fuerza del voluntariado, de un par de esos órganos que en los toros se llaman testículos y de un profundo sentido del amor por los semejantes, se parten el alma un día sí y otro también ayudando a los más pobres de este pobre y desquiciado país.

Twitter@JLBethencourt