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Algo mas que una continuidad > Manuel Iglesias

Mañana se realizará en Francia la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, un procedimiento que hay quienes reclaman para distintos comicios en España, para centralizar el poder, tal vez sin valorar que, antes o después, también es un método en el que las minorías -en este caso, los seguidores de los partidos que no llegaron a “la gran final”- deciden finalmente hacia donde se inclina la balanza del triunfo.

Pero una segunda vuelta quizás engaña con el nombre. La llamamos así por su continuidad cronológica y ser una consecuencia de un proceso de selección para dejar sólo dos candidatos que se enfrentan entre ellos. Y parece “un segundo encuentro” como deportivo, pero no es de tal manera.

No es una continuidad exacta, sino una nueva elección, con una nueva estrategia y nuevos objetivos que pueden incluso ser diferentes y hasta contradictorios con lo que se hizo hasta el momento.

El fundamento de esto se encuentra en algo simple. Para ganar, un candidato tiene que conseguir que personas que, en la primera vuelta, pudiendo votar por él , no lo hicieron, si lo hagan ahora. Parece una obviedad, pero esto encierra el meollo del triunfo en el balotaje, en el convencer a quienes no estaban convencidos antes.

Esto significa que no se puede proponer lo mismo que en la consulta anterior, porque hay que modificar lo que podría contener de rechazo y acercarse a los deseos de ese elector que hasta entonces se ha mostrado esquivo. Hay que crear un nuevo mensaje para el ciudadano que está en la tesitura de “pude votar por ti y no lo hice” y transformar su posición en un “pero voy a hacerlo ahora porque lo que me propones en este momento me satisface más que aquello que me ofrece el otro candidato”, al que tampoco votó.

La teoría política afirma que, en general, quien votó a un candidato de los dos que se enfrentan en el round siguiente, no es probable que cambie su voto para dárselo al otro, así que la atención al elector cautivo es mínima y, en cambio, el interés se vuelca en aquellos otros que se inclinaron por un tercero ya eliminado.

No es de extrañar entonces que surjan mensajes diferentes a los de la campaña anterior y se introduzcan conceptos de otro espacio político, para atraer a esos ciudadanos que finalmente se convierten en árbitros.

Esto sucede en Francia con ese 18 por ciento de los seguidores de Marine Le Pen, que los necesitan tanto Nicolas Sarkozy como François Hollande (que cuenta además con lo que le aporten comunistas y ecologistas, ahora aliados, pero insuficientes). Por eso no es sorprendente encontrar en estas lides de segundas vueltas, el célebre “donde dije digo, quería decir Diego” en las ideas y las promesas.