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Carlos Fuentes, actor > Nicolás Soriano y Benítez de Lugo

Con menos conocimiento de causa que Carmelo Rivero que en su artículo de ayer, en este mismo DIARIO, lo calificó de galán, con estas líneas quiero traer a la memoria mi encuentro con Carlos Fuentes, después de haberlo “conocido” como escritor, y que fue como orador. Como vicepresidente del Consejo Social de la Universidad de La Laguna asistí a una reunión nacional de consejos sociales, que se celebró en La Magdalena (Santander). Uno de los actos solemnes de aquella reunión fue la inauguración del curso académico de la universidad internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y que presidía, como ministro de Educación, Rubalcaba. El discurso inaugural de aquel año -que no puedo precisar, al escribir con urgencia- correspondió a Carlos Fuentes. La lectura (tono, pausas, ritmo…) fue magnífica; una puesta en escena perfecta. El texto, de considerable extensión, mantuvo la atención de la audiencia. Versó sobre la influencia de España en México y viceversa -un viaje de ida y vuelta- a través del barroco. Toda una lección magistral en la que dejó constancia de sus conocimientos de historia y de arte. Para reforzar dicha influencia recordó sus orígenes cántabros y canarios, subrayando, como es natural, sus antecedentes cántabros.

Al finalizar su elocuente disertación sonó una atronadora ovación. Me llamó la atención sobremanera cómo recibió los aplausos: con gran naturalidad, fruto de su elegancia, abandonó el parapeto del atril, situado a la izquierda del escenario, se puso en el centro del mismo y empezó a saludar, con una parsimoniosa inclinación de cabeza, al centro, a la izquierda y a la derecha, como un divo consagrado después de una actuación memorable. Los aplausos, cada vez más intensos, se prolongaron varios minutos: fue una buena cosecha. De aquella experiencia me he valido en mis cursos de oratoria para enseñar a los alumnos el respeto y consideración que le debemos a la audiencia, y el recurso gestual del saludo, como un actor, al tiempo que se provoca la reiteración del premio (el aplauso).

En el cóctel que siguió al acto, ya en los jardines, tuve la oportunidad de saludarlo identificándome como tinerfeño y fue entonces cuando me dijo que en Tenerife tenía aún más ascendencia que en Cantabria. Para sorpresa mía me nombró a D. Anatolio Fuentes García-Mesa, general de infantería, de origen herreño y vecino de La Laguna, al que recuerdo uniformado de gala, con su gran mostacho de color marfileño, casi rubio, consecuencia de la nicotina y que, ¡oh casualidad!, era, a su vez, pariente y amigo de mi abuelo materno Francisco Benítez de Lugo y García-Mesa. Cuando le conté esta anécdota a mi hermano Alfonso, aún la enriqueció más diciéndome que Carlos Fuentes lo llamaba tío Anatolio.