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Gracias a un paisano emigrante en Venezuela y, luego, residente en México DF, tuve ocasión de felicitar al autor de un singular relato en una noche en la que cambié la obligación -un tedioso examen de física y química para la mañana siguiente- por la navegación por el territorio de la magia donde casan los mundos, visible e invisible, y de la fusión salen las mejores virtudes de ambos. Aura, regalado por una vieja amiga de la familia que, en los años bárbaros, lograba, por medio una red amistosa, obras de latinoamericanos y españoles del exilio editadas en Buenos Aires o en la patria natal de Carlos Fuentes (1928-2012). A partir de aquella velada me convertí a la causa de aquel intelectual elegante y comprometido y, casi con rigor cronológico, me actualicé en su amplia producción, desde uno de los más bellos títulos contemporáneos -La región más transparente, 1958- y la novela que lo colocó en el boom narrativo que hizo historia medio siglo atrás -La muerte de Artemio Cruz, 1962- hasta su penúltima fabulación Adán en Edén (Alfaguara, del año 2011). En su obra colosal destaca la maestría de sus relatos cortos -un centenar de cuentos agrupados en catorce tomos- y su lucidez y valentía en los ensayos -otra larga veintena-, algunos de los cuales fueron anticipados como artículos de prensa. Quienes lo conocieron bien, lo recuerdan como un hombre singular, un gentleman hispano de extraordinarias habilidades sociales y curiosas amistades (el derechista Jacques Chirac y el comunista Fidel Castro, por ejemplo) y, entre sus seguidores destacaron -insólita casualidad- sus compañeros de oficio y gente común con la que, según contó Elías Calero, tenía un trato fraterno. Fue un ingenioso guionista -“constructor de historias de cine”- y un estimable dramaturgo. Salvo el Nobel, regido por causas extraliterarias, ganó los premios más prestigiosos en Europa y América, doctorados ad honorem y condecoraciones políticas como la Legión de Honor y la Gran Cruz de Isabel la Católica. El Cervantes de 1987 obtuvo un impensable éxito editorial cuando, por la censura rancia del gobierno de Vicente Fox, que estimó que la tan nombrada novela “no era una lectura recomendable para los alumnos de segundaria”. La represión, medio siglo después, significó que se vendieran veinte mil ejemplares de Aura en una semana y se lanzaran nuevas ediciones. La fábula, con la pulsión del amor, discurre en la leve y sutil frontera entre la vida y la muerte, cruzada ya por el genial mejicano.