desde andrómeda >

Corrector(es) > Verónica Martín

El corrector de mi teléfono móvil está inspirado. Cada vez que quiero poner algo así, trivial pero romántico que no dé opción a demasiados compromisos, como “me inspira tu olor” me cambia la frase entera por algo más real y escribe “no sé cómo decirte que te quiero”. Incluso, descarado, este aparato que llaman inteligente sustituye mis palabras por “me muero de miedo ante la idea de que esto sea, otra vez, amor”. Es un teléfono que no solo sabe traducir, ipso facto, del castellano a cualquier idioma del mundo sino que, además, pretende sacar lo más íntimo de mí.

El otro día fui a felicitar a una amiga por el anuncio de su boda y a mi WhatsApp no se le ocurre otra cosa que ponerle: “Menos mal que existe el divorcio, porque así serás libre de estar con esta persona solo el tiempo que te haga realmente feliz”. Desconocía que esta aplicación tuviera capacidad para leer mi mente. Mi amiga agradeció la sinceridad, pero aun no me ha enviado la tradicional tarjeta con imágenes de novios mirándose a los ojos.

Es más, cada vez que intento escribir mi nombre en el Word de mi PC, automáticamente quiere sustituirlo por “vertiginosa”. Yo, para engañarlo, voy lenta y pongo “Ver…” y antes de posar mi dedo en la o, me aparece la palabreja: “vertiginosa”. ¿Me conoce más mi PC que yo misma? La primera vez que lo vi, me hizo gracia. Llevo años diciendo externamente de mí misma que soy una persona hipertranquila y sosegada, al tiempo que veo en mis contertulios una mueca conteniendo la risa. ¿Tranquila? Un acné persistente, unos tacones constantemente destrozados y la posibilidad de escribir un mail, esta columna y un antiguo sms a la vez confirman que zen, precisamente, no soy.

Mis correctores ortográficos quieren decirme algo. Esperaré a escribir “estoy bien” a ver por qué lo traducen.