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Decir, sin decir, diciendo > Nuria Roldán-Arrazola

Llegó con la caída de la tarde, en un día de la primavera del Valle; llegó solo, enfundado en su traje negro de rigor, el que le mereció el apelativo del uomo, nada que ver con la última vez que pisó suelo tinerfeño, acompañado por su escolta y oculto tras los cristales oscuros del coche oficial de ministro.

Era una reunión de amigos, de docentes; con un público entregado a la palabra del catedrático de Metafísica, y por expreso deseo de conferenciante y organización, definida en un espacio cuasi privado donde los medios no tenían permiso para preguntar. La convocatoria la realizó el mismo PSOE: el exministro no concedería ruedas de prensa ni entrevistas.

Gabilondo desgranó, pacientemente, sus referencias filosóficas para ilustrar su idea de la educación y de la palabra sometida a este ámbito. Así fue que aludió al mito de la caverna de Platón, y mostró cómo la realidad no se encuentra en las sombras producidas por la entrada de la luz en la caverna, ni tampoco cuando uno sale de ésta y se deslumbra por el brillo de la intensa luz del día, que produce chiribitas, sino que, muy al contrario, la realidad es un ejercicio de ida y vuelta de la caverna a la luz del día, es decir, la dialéctica.

La dialéctica como un camino ascendente y descendente de forma que la realidad se perfecciona con el análisis, saliendo así del pensamiento mítico platónico para transitar por la senda de la razón propia del hombre moderno. Ese mismo hombre moderno que requiere un ejercicio de conciencia para hacerse sujeto político y asumir las consecuencias de sus actos.

Es el orientarse en el pensamiento que tan magníficamente nos describe Kant, eliminando las sombras, que no son más que copias imperfectas del mundo ideal, que nace y muere con Platón.

Gabilondo se despide de nosotros ofreciendo dos palabras, una de ellas más parecería un imperativo categórico: “Sed elegantes”, o lo que es lo mismo, “sabed elegir”, y es que para el señor Gabilondo la ciudadanía española supo elegir y eligió en libertad, y las elecciones en libertad son siempre acertadas. Éste es un principio democrático que hay que aceptar sin fisuras: la elección de la población es acertada en democracia.

Fueron acertadas las decisiones de la ciudadanía en 1977, en 1982, en 2004, y también en 2011, y ahora toca asumir con autocrítica y honda reflexión las consecuencias de éstas. Éstas no se pueden analizar sin el tan necesario alejamiento de la vida pública por parte de los que fueron responsables de las acciones políticas contemporáneas.

La otra palabra que nos regaló Gabilondo fue la última palabra del Quijote: “Vale”, del epistolario latino de Cicerón, un saludo de despedida amistosa, un deseo de felicidad, de que nos vaya bien, es decir: una vez que hemos elegido, se congratula con la ciudadanía y la emplaza, sin resquemor, a que en las próximas elecciones elija mejor.

Un decir, sin decir, diciendo señor Gabilondo.

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