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Dos pastillitas > Francisco Pomares

Para algunas cosas somos una región bastante hipócrita: mientras el mundo se desploma a nuestro alrededor, con el Gobierno mirando para otro lado, hemos decidido montar una pequeña escandalera porque al exconsejero Jorge Rodríguez, hoy viceconsejero de algo en el entorno paulino, se le calentó el pico el otro día en un homenaje independentista a Secundino y por lo visto dijo alguna memez que le grabaron y ha corrido lo suyo en YouTube. Conste que decir memeces suele ser lo propio en los actos multitudinarios de exaltación patriótica -sean mítines independentistas, concentraciones de vendedores de seguros o almuerzos familiares-, pero el hombre ha sido sometido a tal calvario en las redes sociales que ha tenido que hacer pública contrición. Se ha descolgado con unas declaraciones en los papeles reconociendo su culpabilidad, que hasta ha dejado pequeño el auto de fe pepitesco de Andrés Chaves, ese señor que bautizó a don José como don Pepito y en los ratos libres le escribe ahora los exordios.

Pero no quiero perderme en pepitorias, vuelvo al grano: ha dicho el bueno de don Jorge que acudió enfebrecido y medio drogado al homenaje a Secundino Delgado, sin saber que era un acto independentista, que iba con dos pastillas entre pecho y espalda, por un dolor de lo segundo, y que entre la fiebre y la excitación emocionada del momento se le soltó la lengua al pedir una “Canarias una, grande y no fascista”. Vaya cosa, parafrasear el lema franquista. No sé quién se habrá sentido ofendido, pero, con las cosas que se escuchan por ahí en las tertulias y en los bares, ésta da risa. Aun así, ha pedido perdón don Jorge por activa y por pasiva, e incluso ha explicado que, cuando los demás gritaban en el mitin (o lo que fuera) “Viva Canarias libre”, el solo decía “Viva Canarias” y no muy alto. Y digo yo que no es para tanto: Jorge Rodríguez es un buen tipo, una de esas personas que pasan por la vida sin hacerle daño gratis a nadie, cargado el hombre de una cierta ingenuidad optimista que es su seña de identidad personal. Nunca entendí cómo ha logrado sobrevivir y perpetuarse en este mundo de navajeros que es la política regional, y menos comprendo hoy cómo puede haberse despeñado en la disculpa más patética de la temporada. Porque, con su sentida disculpa, Jorge Rodríguez acaba de convertirse en una leyenda: es el primero que reconoce el efecto euforizante de las drogas en el contexto de la política nacionalista. Es un precursor. Yo diría que un héroe. Algún día le haremos homenajes. E iremos todos colocados.