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El camelo de Eurovegas > Francisco Pomares

Cada vez que alguien quiere vendernos uno moto, del tipo que sea, saca los puestos de trabajo que podrán montarse en la moto en concreto. Hace unos meses hice la cuenta de los puestos de trabajo que Paulino Rivero ha anunciado que se iban a crear en los últimos cinco años y me salían más de medio millón, sin sumar -por supuesto- los 30.000 que Ignacio González ha asegurado que traerá el petróleo, o los cien mil que José Fernando Cabrera adjudica a la instalación en las islas de Eurovegas. Cabrera ha dicho que facilitar la entrada de Eurovegas en el sur de Tenerife permitirá crear cien mil puestos de trabajo. Y se ha quedado tan fresco, porque el papel aguanta lo que le echen.

Yo comprendo que estemos desesperados por la ausencia de opciones para salir de esta crisis de locos que ayer colocaba la prima de riesgo en casi 500 puntos de diferencia. Comprendo que no hay muchas respuestas y que en situaciones así, uno se agarre al primer clavo ardiendo. Pero lo de Eurovegas, con perdón, apesta. Gracias al tesón de algunos políticos sensatos, como José Segura y Adán Martín, Tenerife ha logrado hasta ahora evitar que el juego se convirtiera en la Isla una actividad controlada por los capos de este negocio. Y no estoy hablando de las viejas familias mafiosas y criminales que controlaron y controlan aún una parte importante del juego en todo el mundo. Me refiero a las empresas de Atlantic City y Las Vegas que cada vez que se instalan sus predios fuera de las fronteras de Estados Unidos lo hacen conculcando las leyes locales y trasformando los lugares donde aterrizan en un remedo tercermundista de esa ciudad absurda que es Las Vegas.

Solo un par de ejemplos: el promotor de Eurovegas pretende que Tenerife le regale seis millones de metros cuadrados para instalar su negocio. Por la cara. Y exige estar exento de pagar los altos impuestos que se tributan en España por el juego. Además quiere que en sus establecimientos se pueda fumar y que el régimen laboral a aplicar en sus casinos sea distinto al español. Y que se apliquen criterios especiales en las medidas de impacto medioambiental, los trámites urbanísticos y las medidas de seguridad, además de autorizar la existencia de policías privadas para controlar a los jugadores y vigilar las instalaciones. Cualquier país serio mandaría a hacer gárgaras quien apareciera con tales pretensiones. Pero la nuestra es una tierra dada al papanatismo, en la que nos venden con muchísima facilidad camelos y cuentos sin cuento.

Lo mejor que tiene el proyecto Eurovegas es que no va a salir. Es solo otra serpiente preveraniega con la que entretener estos tiempos de crisis. Su promotor, el dueño de Las Vegas Sand, Sheldon Adelson, no tiene en realidad la más mínima intención de instalarse aquí. Es un alivio.