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El corralito, revuelto > Jorge Bethencourt

Una de las pocas evidencias empíricas para considerar que las cosas pueden mejorar es que, según algunas fuentes, Zapatero ha dicho que van a empeorar. El expresidente, reconocido mundialmente por su capacidad para no acertar ni una, asegura que España será intervenida en junio. Un chorro de aire fresco en la canícula de la crisis. Alarmados por el augurio, en el PSOE empiezan a considerar el ofrecimiento de un pacto de Estado con el Gobierno, limitado a los acuerdos que garanticen el Estado de bienestar. O sea, un pacto para apoyar la confección de un bocadillo siempre que sea de jamón, considerando que a mí me gusta el bocadillo de jamón. La gente no entiende por qué los partidos políticos españoles no son capaces de colaborar constructivamente ni siquiera en momentos de tanta gravedad como los actuales. El espectáculo que ofrecen es simplemente penoso y se acerca al desentendimiento suicida de los políticos griegos que siguen enzarzados mientras el país se hunde y los ciudadanos sacan euros de los bancos para meterlos debajo del colchón. Para los contribuyentes españoles se aplica el principio de progresividad fiscal. O lo que es lo mismo, el que gana más paga más. Y eso es así porque se atiende a la capacidad del que paga (aunque pague más por los mismos servicios) y al principio de redistribuir las cargas favoreciendo a los que menos tienen. En el caso de la financiación de los partidos políticos se aplica exactamente el principio contrario. Aquellos que obtienen más representación reciben más subvenciones. Esto produce que la brecha entre los grandes partidos y las formaciones con menos cargos electos siga aumentando, porque los más grandes tienen más recursos que les hacen ser más grandes y por tanto tener más recursos… y así. Esta regresividad política se aplica porque favorece la estabilidad y premia los resultados. Pero en el fondo se basa en que conviene a los partidos que controlan en régimen de oligopolio el panorama electoral. La férrea defensa del statu quo de la partitocracia, de las organizaciones sindicales y patronales y de la burocracia dirigente, subyace en la irracional predisposición a mantener intacto el gigantesco aparato público y a sus protagonistas. Cualquier empresa de medio pelo, a la que vengan mal dadas, toma decisiones urgentes para salvar los muebles: despide gente, reduce cargos, elimina gastos, intenta aumentar ventas… Ellos suben impuestos. Se pelean y descalifican. Porque esto, entrañables compañeros de corral, no es una empresa de todos. Es solo de ellos.

Twitter@JLBethencourt