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En homenaje a Felipe Vargas de Paz > Juan Carlos Díaz Lorenzo

Nos llena de especial satisfacción la iniciativa, dentro del programa de las Fiestas de Mayo de Santa Cruz de La Palma, para el homenaje que, promovido por la agrupación Parranda La Palma, estará dedicado el próximo 24 de mayo a la figura del singular solista palmero Felipe Vargas de Paz, sin duda una de las voces más relevantes de la historia del folclore insular y de Canarias.

Felipe Vargas representó la esencia misma de La Palma. Su voz melodiosa y característica era sinónima del sentimiento anchurosamente humano de quien la detentaba y, al mismo tiempo, una divisa del acervo cultural de nuestra tierra. Nadie como él cantó en su tiempo las folías y las malagueñas.

Su cadencia, su armonía, su equilibrio, su gusto y su buen y bien hacer constituían la mejor definición de su personalidad, que era la de un hombre sencillo, que amaba a la música, a su familia y a La Palma. Porque Felipe Vargas de Paz fue, por encima de todo, palmero auténtico, medular e insigne.

Felipe tenía sangre andaluza y palmera. De cuna le viene su vena artística. Se inició como bailador siendo todavía un niño en el grupo folclórico del Mensajero. Años después, cuando se organizó la agrupación de Coros y Danzas de La Palma, Felipe Vargas empezó a cantar y ya no dejaría de hacerlo hasta su última folía.

Con mi pariente Agustín Francisco de las Casas y después con Víctor Manuel González Martín y sus compañeros de agrupación en los tiempos en los que Lourdes Herrera Sicilia y Charo eran su alma mater, Felipe fue un viajero incansable, recorrió muchos escenarios dentro y fuera de nuestras fronteras y fue seleccionado para representar a España en Moscú y Japón. Y todo ello pudo hacerlo gracias a la abnegación de su esposa, Carmen, que le tocó lidiar con la familia y el negocio en tiempos difíciles.

Años después, cuando llegó la democracia, Felipe Vargas formó parte del conjunto Los Benahoare, del que fue su promotor. De su fecundo magisterio nos queda no sólo el recuerdo entrañable de su persona y su bondad, sino también varias grabaciones en las que podemos recordar, y con ellas volver a apreciar, la calidad de su sentimiento artístico.

Quien suscribe conoció en 1975 a Felipe Vargas de Paz en la calle Tanquito, donde liaba puros para la reconocida firma tabaquera de su hermano Enrique. Casi dos años después, en octubre de 1977, viajamos juntos a Venezuela y por espacio de un mes hicimos con el grupo de Coros y Danzas un largo periplo por el país hermano, llevando en forma de cantos y bailes la cadencia, la memoria y el espíritu más emotivo a nuestros paisanos residentes en la octava isla: Caracas, Cagua, Maracay, Valencia, Barquisimeto -donde vivía su hermano Álvaro-, San Carlos, Barinas, Altagracia de Orituco, Valle la Pascua, El Tigre y Ciudad Bolívar.

A partir de entonces se fraguó una amistad que habría de prolongarse en el tiempo, medido en lustros, hasta que un día 14 del mes de enero, su voz grácil cantó su última melodía. Felipe Vargas emprendió su viaje definitivo todavía joven, pleno de facultades e inmerso en nuevos proyectos artísticos, de forma que su última grabación tiene carácter póstumo.

Pensamos que el destacado solista palmero no ha tenido el reconocimiento que se merece por parte de su isla, a la que tanto amó y la que tanto y tan bien representó en los escenarios más dispares. Y lo decimos sin acritud, pero con la conciencia serena. Por ello, ahora, cuando su nombre es el feliz argumento para un homenaje a su memoria, no podemos menos que alegrarnos y hasta emocionarnos, con legítimo orgullo, en el bien entendido de que nunca es tarde si la dicha es buena.