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Energías > Tomás Gandía

Comparable a la sustancia que impulsa el proyectil. Es la energía. Si la cápsula no tiene bastante sustancia no dará la bala en el blanco por exacta que sea su puntería y certero el tirador. Si la persona no es lo bastante enérgica, no acertará en el objetivo de sus aspiraciones, no logrará el éxito por excelente que pudiera resultar su propósito.

En multitud de ocasiones mucha gente fracasa en sus empeños más que nada por carencia de energía, de esa pólvora inmaterial que impulsa la actividad y le traza una trayectoria a través de toda su suerte de obstáculos.

Además de la honradez, ninguna otra cualidad es tan necesaria en nuestro tiempo como la energía. Todos creen en ella, aun quienes de ella carecen y deploran su falta.

La habilidad nada vale sin la fuerza que la pone en acción. Las resoluciones y los proyectos, por óptimos que sean, de poco sirven sin la energía necesaria para llevarlas a cabo. El empuje de la voluntad desembaraza el camino.

La gente admira al individuo enérgico. Si en su caminar encuentra vientos contrarios, hace como la caña flexible, que se encorva pero no se rompe. Colocadle obstáculos, y los desbaratará. Es casi imposible derribarlo. Echadle la zancadilla y aunque tambalee, instantáneamente volverá a quedar a pie firme. Introducidlo en el barro, y al punto resurgirá para limpiarse y continuar andando.

La naturaleza ha acumulado en todo joven normalmente constituido un depósito de energía mental y física de grandísima utilidad para la formación del carácter y el logro del éxito y la dicha, si bien después las circunstancias estropeen la consecución. Multitud de personas tienen de la economía el restringido concepto que contrae su significado al ahorro del dinero, aunque esta es acaso la menos importante de sus acepciones.

Hay quienes llegan en su afán de economías a los más lejanos extremos de la avaricia y en cambio dilapidan nefastamente su energía mental, moral y física. Cada menudencia de ansiedad, iracundia, desaliento, melancolía, tedio, preocupación y temor, son detractores de la vitalidad, porque incapacitan para toda labor creadora y constructiva.