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Gilberto II, un grande del deporte > Ricardo Melchior

El fútbol canario acaba de perder a una de sus grandes figuras. Con el fallecimiento de Justo Gilberto nos hemos quedado sin un auténtico referente en el campo del deporte, uno de esos futbolistas que solo surgen cada cierto tiempo, capaces por sí solos de marcar una época. Toda una generación de aficionados de nuestra región, particularmente quienes seguimos los avatares del CD Tenerife y la UD Las Palmas, en las décadas de los sesenta y los setenta, coincidimos en apreciar las facultades excepcionales que reunía Gilberto II -como se le conocía entonces-, valoradas incluso más allá del Archipiélago.

Su trayectoria merece ser tenida en cuenta por aquellos jóvenes que hoy sueñan con la posibilidad de alcanzar un lugar entre los mejores. Basta con que nos fijemos en sus orígenes, primero en humildes equipos de Santa Cruz, cuando todavía no se disponía de instalaciones adecuadas y había que jugar en modestos campos de tierra o en espacios que se improvisaban como era el parque municipal García Sanabria donde nos encontrábamos para jugar con una pelota de trapo y salíamos corriendo desde que aparecían los guardianes para recriminar que estuviéramos allí donde Justo siempre nos acogía con respeto a los que éramos más pequeños, como fue mi caso, permitiéndonos compartir aquellos partidos de tres contra tres en los que éramos felices durante nuestras vacaciones. Desde Santa Cruz, años más tarde recaló en el Realejos, uno de los históricos clubes del norte de la Isla. Desde allí dio el salto, directamente, al Tenerife, en el año en que iba a estrenarse en Primera División. Con un valor propio de quienes no se asustan frente a las grandes dificultades, pronto le vimos jugar junto a grandes estrellas del momento, como Di Stéfano, Puskas, Evaristo o Jones.

Aunque el paso del Tenerife por la máxima categoría resultó entonces muy corto, sabía Gilberto que lo de menos era la división en la que iba a jugar. Todavía era muy joven y le bastaría con su tesón y humildad para regresar a Primera. Lo intentó con el equipo de su tierra, que siempre defendió como un jabato, hasta que acabó siendo traspasado a Las Palmas, donde se reencontró con paisanos como José Juan y Martín Marrero, otras dos grandes figuras del fútbol tinerfeño, que hoy lloran la marcha de su amigo. Al lado de otros jugadores isleños de renombre, como el también tinerfeño Gilberto I, igual que los grancanarios Tonono, Guedes, Germán o Castellano, brindaron a toda España una manera diferente de jugar a la pelota. Con mucho talento, no exento de pundonor, reeditaron la vieja Escuela Canaria. Retirado de la práctica activa del fútbol, una vez colgó las botas en el Tenerife, los directivos de esta entidad supieron aprovechar toda su sapiencia futbolística, tanto para aconsejar a numerosos entrenadores del primer equipo como para formar a los jóvenes valores chicos de la cantera. Unos y otros reconocieron en Justo Gilberto todas sus cualidades, no solo las referidas a un conocimiento profundo del fútbol sino también, especialmente, aquellas que tenían que ver con su carácter noble, alegre y sencillo. Allí donde estuvo y coincidimos en alguna ocasión, Justo siempre se mostró como era, abierto y cariñoso, tratándome con afecto y apoyándome siempre. De ahí que su fallecimiento haya provocado una sensación de unánime pesar y profunda tristeza. Se nos ha ido uno de los grandes de nuestro deporte. Ojalá que su trayectoria siempre sea tenida en cuenta como modelo a seguir, en lo deportivo y en lo humano.

*Presidente del Cabildo de Tenerife