IN MEMORIAM > Carmelo Rivero

Juan Rolo > Carmelo Rivero

La radio está hecha de saludos y despedidas. El último que sale, apaga la luz. La noticia de la marcha de Rolo (Rolo tío, que se perpetúa en el Rolo sobrino amo de la calle) deja el estudio momentáneamente a oscuras.

Juan Rolo estaba sentado a los mandos de la emisora en la pecera de realización cuando mi hermano Martín y yo debutamos aquella tarde en los estudios de Radio Club Tenerife, de la mano de Zenaido Hernández, con nuestro programa de Música Popular, en la mítica sede de la calle Suárez Guerra, de Santa Cruz. Era grandullón y bonancible, un testigo excepcional de la radio histórica y prehistórica que estaba cambiando a zancadas sin saber a ciencia cierta su destino final.

Todavía estaban en vigor las cintas y los magnetofones. El proceso era, en buena medida, artesanal y frágil. Y la radio tenía mucha influencia sociológica; siendo una emisora precaria y sin una perra, hacía programas inverosímiles que mantenían la buena fama del medio, si bien la audiencia no despegó hasta que llegó Paco Padrón y removió la casa hasta los cimientos. Juan guardaba secretos y anécdotas inconfesables: la vez que Miguel se fue al bar parroquial y dejó girando un disco de música clásica en memoria de un papa muerto, sin reparar en que el vinilo estaba rayado y repetía los mismos acordes una y mil veces: los teléfonos ardían, el oyente siempre alerta. Juan había mamado la austeridad del periodo predemocrático como un superviviente de una fauna meritoria y llevaba la memoria de la radio en la sangre.

Juan era barrigón y tenía un vozarrón que lo hacía convincente a primera vista. Pero también era cálido y cachondo, y concebía personajes y montajes radiofónicos con facilidad. Su sobrino, José Juan Rolo, con quien hice centenares de desayunos del mencey durante diez años, era un discípulo aventajado de la saga de rolos de Radio Club.

En los orígenes, la emisora plantó sus reales en la legendaria Esquina de Beautell, Rambla de Pulido con Álvarez de Lugo. En el tercer piso de la sufrida ascensión por una eterna escalera, trabajaban los dioses de la imaginación urbana: el propio Rolo, Somar, Arturo Navarro Grau, Mariano Vega, Almadi, Cayaya Núñez, Montserrat Martínez, Genoveva, Montelongo… Rolo tenía ascendencia sobre el gremio, por sus metros de pies a cabeza y por su buen corazón y compañerismo hasta con los colegas de la competencia. En ese emplazamiento histórico y, sucesivamente, en Suárez Guerra y la avenida de Anaga, convivieron padres e hijos (en su caso, tío y sobrino), maestros y neófitos, en una heterogénea militancia que daba como resultado una radio polisémica para todos los paladares.

Rolo, el último director de la vieja Radio Club, había vivido la edad de oro de las estrellas de las ondas en la ciudad, auténticos ídolos populares: Genoveva del Castillo y Miguel Rodríguez eran dos de los tótems de esa época gloriosa de la emisora decana. Martín y yo llegamos a tiempo de ver cómo se hacía la transición entre una y otra radio, una y otra etapa, que nos conduciría hasta el boom de Radio Club a finales de los setenta, en el vórtice del huracán político de la otra Transición, la de la dictadura a la democracia. Rolo entregó el testigo a Paco Padrón, que hizo la travesía conservando a los predecesores: el propio Rolo, Miguel, Genoveva, Daniel Delgado, Pepe Montelongo, José Antonio García, Paco el Manitas…, e incorporó a toda una generación de novicios y novatos que empezamos a vivir en la radio, a comer sin salir de la radio y a veces hasta a dormir en la radio. Que le pregunten a Conchi Trujillo, a Juan Ramón Hernández, a Malu y a José Juan Rolo. Teresa Alfonso encarnaba la renovación de voces consagradas cuando Paco la rescató.

A Juan Rolo todo aquel vértigo de locos por la radio no le cambiaba el gesto. Era un veterano de guerra, conocía todas las batallas y se reía de los riesgos del directo, él era producto de una radio sin recursos que se inventó a sí misma en mitad de la carretera, sin poder volverse atrás. Por eso Paco y él conectaron y se respetaban como los cabos de una misma cuerda. Todo lo que hicimos en los 80 y los 90 fue radio en directo. Debates, carnavales, el flash informativo… y las inocentadas: en una de éstas, Juan Rolo fue un tal Muntañola. Era radio en estado puro, con todos los ingredientes y los calderos al fuego, como los oyentes en sus casas, desde donde nos llamaban apremiándonos para hacer también su radio, en calidad de corresponsales y notarios de la realidad.

Ahora, de forma intempestiva, nos asalta la noticia de la muerte de Juan Rolo. Y reparo en su estatura, ya no la de su complexión física, sino lo que medían profesionalmente sus años de experiencia irrepetible y, seguramente, para muchos, desconocida. Se ha ido una persona grande y uno de los grandes pioneros de la radio con mayúsculas.