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Justo Fernández, un luchador incansable > Leopoldo Fernández

Soy Justo Fernández, enlace sindical del Banco Hispano Americano y militante en la clandestinidad de la UGT y el PSOE”. Había que tenerlos bien, pero bien, puestos para, a bote pronto y en tiempos de la dictadura, soltar esa frase a un periodista jovencito del que apenas tenía referencia. Pero, como hasta ayer mismo, en que una rápida enfermedad le arrebatara la vida, así era -siempre con la verdad, a veces su verdad, por delante, directo y sincero- el Justo de comienzos de los años setenta. Trabajaba yo entonces en Europa Press, la agencia de prensa a la que acudían los antifranquistas y los sindicalistas contestatarios para tratar de que, con las lógicas limitaciones políticas que imponía la Ley de Prensa de Fraga, la libertad ensanchara su campo de acción y se supiera que en aquel régimen no todo eran unanimidades ni buenaventuras, y que la huelga, la protesta y la contestación ya se instalaban en el paisaje mediático.

El caso es que Justo confió en mí y yo en él, y desde entonces mantuvimos un trato y unas complicidades sin altibajos que fueron más allá de la mera relación profesional. Recibí de Justo confidencias y primicias periodísticas, algunas de relevancia, porque este gran luchador por los derechos de los trabajadores fue foco noticiable durante años, sobre todo entre 1972 y 1989 -en que decidió venir a vivir a Santa Cruz de Tenerife-, ya que desempeñó un puesto relevante en la vida política nacional. Durante 16 años actuó como secretario general de la poderosísima e influyente Federación de Banca de UGT, que hacía temblar a gobiernos, sobre todo los socialistas, y a bancos y empresarios. Justo tuvo muy serios problemas, por dejar en tono menor lo que fueron broncas enormes de trascendencia pública, con Miguel Boyer y Carlos Solchaga, a cuenta de reformas económicas que colisionaban con el modelo sindical que propugnaba y defendía a boca llena. Hasta Felipe González -a cuya elección como secretario general del PSOE se opuso en el Congreso del PSOE de Suresnes al que acudió como delegado- y Alfonso Guerra le escuchaban con respeto en La Moncloa, conocedores de su influencia en el seno del socialismo y del mundo sindical.

Temperamental aunque sencillote y dicharachero, siempre apasionado en la defensa de sus convicciones, era implacable con la corrupción en todas sus formas, la opacidad política y la utilización del poder para fines particulares. Sus artículos de denuncia -en DIARIO DE AVISOS escribió, a petición mía, durante más de veinte años- eran recurrentes, demoledores y casi siempre muy bien documentados pues manejaba información de primera mano de organismos nacionales e internacionales. Con Nicolás Redondo, siendo éste secretario general de la UGT, tuvo una agarrada monumental por el funcionamiento de la PSV, la cooperativa de viviendas auspiciada por el sindicato socialista que se vio envuelta en un gran escándalo y hubo de atender en su día indemnizaciones por importe de casi 13.000 millones de las antiguas pesetas al no poder afrontar la construcción de las 20.000 casas a que se había comprometido. Justo temía que el caso estuviera salpicado de irregularidades y corruptelas, como finalmente sucedió. Y menos mal que acabó mal que bien gracias a la ayuda del Gobierno del PSOE. Desencantado por todo lo ocurrido y rotos todos los puentes con Redondo, decidió cerrar su vida pública sindical y volver a Canarias. En Tenerife protagonizó algún desencuentro con Adán Martín en su etapa de presidente del Gobierno, creo que por intoxicación informativa de algunos enemigos del recordado político nacionalista. Con su proverbial educación y sencillez, Adán le llamó por teléfono, mantuvieron una reunión tensa pero sincera en Presidencia y desde entonces Justo advirtió que no todo era trigo limpio entre quienes le filtraban informes y rumores sin confirmación.

Durante el franquismo, Justo fue detenido, procesado, vigilado y represaliado. Incluso intentaron comprarlo reiteradas veces para que no diera la lata sindical, y lo mismo le pasó ya en democracia, cuando algunos dirigentes y patronos veían en él poco menos que a un diablo sin rabo. Pero era honrado a carta cabal, incorruptible y jamás aceptaría la menor insinuación de cambiar sus ideas y sus comportamientos a cambio de dinero o favores. Ciertamente temible, la pluma siempre la mantenía al ataque y su lengua mordaz era un ariete contra el capitalismo, el nacionalismo y la derecha -también contra el comunismo, que no lo podía ver ni en pintura-, lo que no evitó su amistad con empresarios y políticos conservadores o de centro, ni sus ataques terribles contra la corrupción del felipismo, el pincismo de Anguita con Aznar y los errores clamorosos de Zapatero y sus gobiernos.

Tenía un corazón tan grande como su cuerpo de viejo luchador y una nobleza que ganaba a todos los que le conocimos. Por eso tenía tantos amigos y se le abrieron tantas puertas así en periódicos y revistas como en radio y televisión. Como columnista y contertulio se codeó con los mejores y protagonizó intervenciones radiofónicas memorables, muchas cargadas de humanidad, entrega sin límites y buenos sentimientos, seguramente porque la vida le encasquetó en las cercanías familiares algunos problemas relacionados con adicciones y minusvalías de difícil solución. Ejercía de palmero y de hijo de guardia civil. “Por eso cuando doy mi palabra, vale tanto”, me dijo alguna vez. “Es la palabra de un hijo del cuerpo, qué caramba”. El mejor mensaje que Justo nos deja es el del sindicalista comprometido e independiente, defensor a ultranza de los derechos de los trabajadores. Chapado a la antigua, de cuota y carné, luchó sin cuartel por propagar sus convicciones desde la ejemplaridad en ejercicio, lejos de las posiciones de favor y de oportunismos coyunturales. Como todo evoluciona, y más con la inevitable globalización, también Justo trataba de acomodar su discurso a la renovación de los tiempos y a las nuevas necesidades de un sindicalismo moderno y renovador, de responsabilidades compartidas y apremiantes necesidades de competir. Un sindicalismo democrático, autónomo, creíble, integrador, responsable, con nuevas ofertas de servicios y garante del diálogo, la justicia social, la empleabilidad y los intereses de los trabajadores. Sobre todo esto reflexionaba, tomaba notas y preparaba un importante trabajo cuando la muerte le ha sorprendido mucho antes de lo que esperaba. Descanse en paz este viejo león palmero, un hombre cabal, como define Confucio a quien ante la perspectiva de un lucro prefiere la justicia, que sabe jugarse la vida ante los peligros y que nunca olvida sus antiguos compromisos.