POR QUÉ NO ME CALLO >

La felicidad > Carmelo Rivero

Alejandra Vallejo-Nágera arroja un diagnóstico alarmante del universitario medio actual. “Profesora, dígalo con frases más cortas”, le reclaman los alumnos, incapaces de entenderla sin Power Point. ¿Las generaciones futuras se irán deshabituando a leer y escribir?, le pregunto. ¿A imaginar, entonces? El cerebro, mal acostumbrado a los impactos visuales, se está haciendo perezoso, amigo de pocas palabras. A quienes deseamos ser literariamente felices nos aterra un mundo ágrafo que tijeretee el idioma (la perversión de la austeridad). Créanme, la felicidad se lee (en los ojos de la gente). La ONU la reclama como un objetivo humano fundamental. El placer de leer un paisaje o un buen libro, de cenar con los padres diamantistas de unos amigos, de bailar o decir mamá, de ver una película de Charlot o cuidar el jardín … son la sal de la vida, acuña la antropóloga francesa, octogenaria, François Héritier. Un amigo compró plantas en el Exposaldo y, al llegar a casa, su mujer se las quedó amablemente para su jardín; volvió a la feria con ese pretexto y regresó con las plantas repetidas para el suyo. Cada uno tiene su propio jardín, al que mima como a un hijo llevándole plantas como juguetes. Los expertos cifran en esos detalles la felicidad pura, que se abre paso en medio del colapso económico. Esta sería, como dice José Carlos Francisco, “la crisis de nuestras vidas”, si no espabilamos. Buscamos la felicidad como náufragos. Es la salida. Frente al diktat de los merkados (con k de Merkel). En el I Congreso Internacional de la Felicidad (organizado por el Instituto Coca-Cola de la Cosa, Madrid, 2011), el médico Jesús Sánchez Martos reivindicó la calidad de vida una vez aumentada su cantidad: “Ya hemos llenado la vida de años, ahora debemos llenar los años de vida”. En el librito resumen del foro (Hablemos de felicidad), Punset cita los avances de la neurología y, en efecto, en el congreso de neurocirugía de Las Palmas nos acaban de decir que la tristeza se opera. Rilke proponía una soledad feliz más allá del entristecimiento. De verdad que la felicidad se lee y relee. “Yo lo leo todo. Leo la vida entera”, me decía, a propósito, el periodista Alfonso González Jerez. Leo el avance del primer informe mundial de la felicidad, del economista Jeffrey Sachs, recién difundido, y me asalta la palabra miedo: los que aun trabajan lo tienen: temen el paro. En el pequeño Bután, su rey mandó medir la Felicidad Interior Bruta (y aquí se reían del discurso de Adán Martín). Ahí tiene una bandera en su aniversario el 15M. Los canarios, para el psicólogo Javier Urra, gozamos de fortuna natural. La naturaleza es un libro abierto. Déjenme que les diga que la felicidad estará siempre en las palabras que plantemos en nuestro jardín.