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La madre del Rey > Juan Hernández Bravo de Laguna

Con motivo de la cacería de Botsuana ha concluido definitivamente la conspiración informativa que protegía al Rey y a su familia, y se han hecho públicas las relaciones conyugales y privadas de don Juan Carlos, en particular la especial amistad y estrecha relación que desde hace años mantiene con Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, empresaria y organizadora de safaris, que también acompañaba al monarca en la cacería. El diario El País, por ejemplo, publicaba la siguiente información sobre este tema: “Don Juan Carlos mantendrá a partir de ahora una mayor discreción con respecto a las amistades personales que le acompañan en sus actividades particulares y desplazamientos. A pesar de ello, añaden fuentes oficiales, el Rey no renunciará a estas amistades, que incluyen a la empresaria”.

Cualquier político anglosajón en circunstancias similares hubiese arruinado sin remisión su carrera política. Y de vez en cuando los medios nos transmiten muestras elocuentes, la mayoría de la otra orilla del Atlántico. La cultura anglosajona no distingue entre la vida pública y la vida privada de los políticos, y la conducta inapropiada en el segundo ámbito se supone presupuesto de una conducta también inapropiada en el primero. En resumen, un político solo es confiable si su comportamiento es intachable en todas las ocasiones. Al mismo tiempo, el concepto anglosajón de conducta apropiada y de comportamiento intachable implica límites muy estrechos en temas conyugales.

Estas características alcanzan su máxima expresión y llegan al paroxismo en los Estados Unidos, en donde reflejan sus orígenes sociales y culturales. No en vano sus primeros colonos eran protestantes puritanos. Es decir, eran portadores de lo que Max Weber llamó la moral protestante del trabajo y, además, de una versión especialmente austera de esa moral, con una muy intensa dimensión familiar. Los norteamericanos no conciben que un político pretenda dirigir los asuntos públicos si no dirige correctamente sus asuntos privados. Y tal cosa incluye la exigencia de una perfecta integración social, una vida profesional de éxito, y una familia estructurada y unida. El político estadounidense lleva siempre a su lado a una esposa -o un marido- y a unos hijos sonrientes y encantados de haberle conocido. Y hasta cuando tiene que disculparse y anunciar su retirada de la política por haber infligido este rígido código ético -y estético-, lo hace con la familia a su alrededor. En la Europa continental -en España- las cosas son muy diferentes. Aquí partimos de una tajante separación entre la vida privada y la vida pública. Se supone que la primera concierne tan solo al interesado y, en su caso, a su familia más próxima; y que, en cualquier circunstancia, los eventuales vicios privados no influyen para nada en las necesarias virtudes públicas. El ejemplo europeo más representativo sería quizás Berlusconi. En cuanto a la familia, una situación como la de Pérez Rubalcaba, cuya esposa, Pilar Goya, es desconocida por el gran público y su fotografía se publicó casi por primera vez con motivo del nombramiento de su marido como candidato electoral, sería impensable en los Estados Unidos. Un candidato presidencial norteamericano sin una encantadora, sonriente y mediática esposa a su lado no tendría la menor posibilidad. Es evidente que don Juan Carlos ha acudido a multitud de cacerías similares a la de Botsuana y ha viajado privadamente al extranjero en infinidad de ocasiones para tomar parte en las más diversas actividades. La diferencia reside en que, en esta ocasión, su accidente ha convertido en público lo que estaba destinado a ser desconocido. Una cacería que ha implicado un punto de inflexión y un renuncio decisivo en la trayectoria política y personal del jefe del Estado, y que ha reabierto un importante asunto latente desde hacía varios años: el de su posible abdicación. Algunos creen que la supervivencia de la monarquía parlamentaria en cuanto forma política del Estado está en entredicho a medio plazo, y piensan que nada ayudaría tanto a la Institución como un traspaso de poderes sereno pero urgente al príncipe Felipe.

Tales opiniones nos parecen infundadas, porque en este país y en este momento no se dan -ni se esperan- en absoluto las condiciones sociales y políticas necesarias para reformar el Título II de la Constitución y proclamar una república. Sin embargo, estos temores han llegado hasta la familia real, en especial al entorno de los príncipes de Asturias, para los cuales, si no se hace borrón y cuenta nueva con el rey, la dinastía corre peligro. El asunto de Iñaki Urdangarin y el accidente armado del hijo mayor de la infanta Elena han complicado más las cosas. Una posición contraria es la que mantienen la reina y las infantas. En particular la reina, con su fotografía de Washington en la portada de ¡Hola! en compañía de su hija Cristina e Iñaki. Y, sobre todo, con su extrema dignidad de señora al asumir el papel desairado en el que los acontecimientos la colocan, un papel que expone cruelmente la portada del último número de la revista satírica El Jueves.

Un divorcio real e, incluso, una separación o un “cese temporal de la convivencia” sí enervaría sin remedio el futuro monárquico de España. Para evitarlo, la reina está sacrificando en aras de su hijo y por ese futuro sus sentimientos más íntimos. Eso le tendrá que agradecer el príncipe si algún día llega a ser Felipe VI.