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Malas pulgas> Rafael de Miguel

Dice el refrán que “A perro flaco todo son pulgas” y parece que los vecinos de Gibraltar han decidido sacar el hacha de guerra -pesquera en este caso- para que tengamos otro frente abierto con el que distraernos de la crisis y preocupar al ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo.

A pesar de las reivindicaciones históricas y presentes, me temo que el peñón de Gibraltar no va cambiar de estatus político y jurídico en los próximo decenios. El gobierno de su majestad la reina Isabel II de Inglaterra y los llanitos no están por la labor, lo vienen demostrando continuamente y con una terquedad que desbarata cualquier indicio de que la cuestión del peñón cambie de rumbo y favorezca las aspiraciones españolas. El conflicto provocado por la decisión gibraltareña de romper el acuerdo firmado con el sector pesquero español hace 13 años ha tenido como consecuencia un enfrentamiento que define un tanto así como nos las gastamos en este país: una fenomenal bronca entre armadores y pescadores de Algeciras y de La Línea, y el desencuentro de los alcaldes de ambas ciudades, del PP y del PSOE respectivamente para más señas. En Gibraltar se deben estar partiendo la caja, porque el argumento parece sacado de una película de los hermanos Marx.

Dicho esto, la posición gibraltareña es preocupante porque afecta a la ya maltrecha economía de 300 familias de los pescadores españoles, sin descuidar que no haya ninguna desgracia personal ante las provocaciones de las patrulleras del peñón. La gente del mar no se anda con chiquitas y uno tiene en la memoria los enfrentamientos en el Cantábrico hace años entre las flotas vasca y francesa por el uso de las redes pelágicas en las que hubo hasta escopetazos.

¿Y qué hacer? Pues caben varias soluciones: si estuviéramos hablando de una roca más pequeña, del tamaño de Perejil por ejemplo, ya sabemos que es lo que podría hacer el gobierno, tomarla y recitar unos versos, pero no veo a Margallo en plan rapsoda. Otra alternativa es la más plausible: dialogar, que es lo que intentará el ministro de exteriores el próximo martes con su homólogo británico William Hague. Confiemos en las buenas artes de nuestro representante y en que el gobierno de Gibraltar deje de tocarnos las meninges porque las prioridades de este gobierno y de sus ciudadanos no pasan por reivindicaciones territoriales sino en procurar que las pulgas, en forma de crisis, no nos devoren.