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Mohamed Osman > Luis Ortega

Que nadie pierda un minuto en la búsqueda de astutos propósitos documentales, tópicos y testimonios concretos en su paisajística, ni parecidos y complicidades favorables con los modelos en sus retratos. Osman pertenece a esa clase de creadores que, en cada uno de sus trabajos, desvela las claves de su personalidad y esta, para quienes le conocemos, es la de un hombre honesto que antepone los valores humanos a cualquier credo e ideología, que admite y estimula las diferencias en cuanto afirman o prueban sus convicciones; profesa en un ecumenismo que no se para en la calificación o el nombre de Dios y defiende que se le invoque y rece en todos los idiomas, modos y circunstancias. Aplicada a su oficio de arquitecto y pintor, esa regla de conducta amplía el horizonte de sus gustos y, ante convenciones temporales -antiguo, moderno- plantea la exigencia de la calidad, desde los esgrafiados de La Alhambra a los bosques y las pateras de Pedro González, al que dispensa una gran admiración. Expone ahora una selecta colección de paisajes en el Parlamento de Canarias – protagonista central del catálogo -en la que su contribución personal- el color y las luces cálida- traen una sana colonización necesaria contra las visiones almibaradas y cansinas por la costumbre que un público fácil y conformista demanda de los artistas locales. Otro aspecto capital en su producción -exigente en todos los órdenes- es la composición, donde resuelve, con la misma naturalidad que los pobladores, la relación de la obra humana -casa o pueblo- con la naturaleza; las construcciones que se levantan sobre terrenos arriscados y se erigen en atalayas de una maravilla -elemental o suntuosa- que se dirige al mar. Un cierto manto de tarde plácida, de ocaso mediterráneo -ya sea por el sur donde maduran perfumados los limones, ya sea por la orilla otomana donde los astros disputan incendios celestes- las estampas isleñas de Osman son reflexiones estéticas de alto rango, donde la exactitud del trazo se encubre bajo la pulsión cromática -un sentimiento innato- que, sea cual sea el tema, aparece magistral y fascinante y evita incluso el trámite de la firma. La iconografía de nuestra cámara legislativa se enriquece con una gran tela donde el frontón clásico de Oráa, fugado de cualquier centralidad aparece humanizado por las palomas, los pacíficos moradores de las imágenes entre la vida y el sueño del pintor egipcio.