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Pocas veces se concitan tantas circunstancias adversas en una conmemoración anual. Digo conmemoración y no celebración porque, dados los tiempos que vivimos -los políticos igual que los económicos y los sociales-, las Islas no están para festejos, diversiones ni recreos, sino más bien para que se cumpla un trámite institucional en plan asceta, con la austeridad y la moderación propias de las difíciles circunstancias sobrevenidas.

En el acto institucional por excelencia, que premia a las personas físicas o jurídicas que han prestado grandes servicios a la comunidad o se han distinguido por su trayectoria profesional, ayer, 30 de mayo, Día de Canarias, se tendría que haber colocado un crespón negro en la bandera de la comunidad autónoma en señal de luto por los enormes males que se han reunido en torno al Archipiélago y sus gentes más modestas y frágiles. No es broma lo que aquí apunto, ni tampoco quiero decir que deberían haber sido suspendidos los distintos actos propios de la ocasión. Sobre todo porque la ciudadanía tiene ocasión de acudir o no a ellos, según le plazca, pero también porque los galardonados merecen público reconocimiento de sus méritos. Pero quizás el boato, la pompa y la parafernalia propia del acto del Auditorio Adán Martín podrían haberse reducido a niveles más sobrios y simbólicos, casi privados. La crisis y sus dramáticas consecuencias no deben eclipsar las tradiciones, pero es obligado que se reafirme con hechos y ejemplaridad el compromiso de todos, empezando por el Gobierno, con los parados y los más necesitados de la sociedad. Los días festivos los ha inventado el diablo, decía el escritor norteamericano Sinclair Lewis, a fin de que la gente crea que la felicidad puede conquistarse dejándose llevar de la mente desocupada. ¿Qué felicidad podemos festejar cuando tantas oenegés canarias tienen que dedicar esfuerzos enormes y sistemáticos para poder atender las demandas de miles de familias que carecen de lo más elemental? ¿Qué les decimos a estos conciudadanos y a aquellos que presentan otras privaciones básicas y a los que buscan trabajo con denuedo y no hallan forma de dignificar su existencia con una ocupación? Este es el panorama que ofrece Canarias, el más desolador, el de la pobreza y el desempleo; en el lado opuesto figuran aquellos que, si no viven en la opulencia, al menos pueden cubrir sus necesidades vitales y tienen un trabajo. Si muchos de éstos experimentaran alguna vez la escasez o la indigencia, seguro que aprenderían a compadecer a tantos desgraciados. Por eso el Gobierno debe volcar sus esfuerzos y sus acciones más prioritarias en beneficio de los desfavorecidos. Y si los recursos económicos de que dispone no son suficientes para atender los apuros de los más frágiles, despréndase de otras atenciones y dé prioridad a lo que más importa.