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No es nuevo ni mucho menos. Recuerdo, en la crisis de los noventa, un licenciado universitario que se anunciaba en la prensa local ofreciendo 100.000 pesetas a quien lo contratara en cualquier puesto de trabajo.

Esto es lo que ocurre, por desgracia, cuando oferta y demanda no se ajustan. Hoy no hemos llegado a esto, pero aparecen los primeros cambios sustanciales en los métodos de selección de personas.

En enero de este año tuvo cierta repercusión mediática una selección de pilotos que realizaba una aerolínea. Para participar, los candidatos debían abonar previamente 500 euros. El importe se destinaba a costear las pruebas de cualificación.

Probablemente no habrá sido la única y quizás tampoco la de más alto precio.

En otro nivel, hemos visto ofertas de empleo para puestos de dependiente que exigen realizar un curso de e-learning como parte del proceso de selección, con bajo coste, pero con coste.

Los portales en internet de empleo siguen la técnica de los buscadores y te ofrecen que resaltes tu candidatura a un puesto previo pago de tres euros por un sms….

Y así suma y sigue.

Como todo en la vida, hay dos visiones antagónicas de este tipo de práctica: la crítica, que argumenta que, aun siendo lícito es abusivo y deleznable lucrarse de esta triste situación, y la pragmática, que defiende la búsqueda de formas de optimizar los costes de reclutamiento ante algunas avalanchas de candidatos.

Y como en todo, cada parte lleva su parte de razón.

Es cierto que la facilidad que tiene el candidato para aplicar una oferta en un jobsite hace que sean muchos los que ni siquiera las lean y simplemente se apuntan a todo.

Con ello generan una gran carga de trabajo a los reclutadores a la hora de filtrar.
Buscar trabajo es un trabajo en sí mismo y ahora encima con costes añadidos.

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