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Palabras inoportunas > Jorge Bethencourt

La vida pública está salpicada de frases desafortunadas y de meteduras de pata. Si el que tiene boca se equivoca, el que la usa con más frecuencia que las neuronas tiene más posibilidades. Como en este país a la gente le pirra burlarse del prójimo, cualquier patinazo verbal convierte a su autor, por unos días -hasta que surja una nueva víctima-, en el hazmerreír del personal.

De Franco se cuentan decenas de lapsus, de los que el más conocido tal vez sea ese del discurso en la plaza de Oriente donde dijo que España había estado al borde del abismo pero que después de 25 años de paz había dado un paso adelante. A Fraga le adjudicaron el de “la calle es mía”. En la democracia hay tantos que han llenado libros de anécdotas. Desde el sincero “estoy en política para forrarme” de Zaplana, al inolvidable “el dinero público no es de nadie” de Carmen Calvo. Pero por traer a colación el de una política famosa, podría citar la frase de Ana Botella: “El matrimonio homosexual es como si se suman una manzana y una pera. Nunca pueden dar dos manzanas”. La complejidad de la metáfora frutal, mezclada con las matemáticas, es de una magnitud similar a la conjetura de Poincaré y las teorías de Mendel metidas en una licuadora. Como fue una mujer la que dijo tamaña impertinencia pasó más bien sin pena ni gloria. No es el caso si eres un tío.

El cirujano valenciano Pedro Cavadas, pionero en el trasplante de cara en España, ha saltado a la efímera fama de las estupideces verbales al bromear diciendo, entre otras cosas, que saber las razones por las que te haces médico es difícil, aunque muchos crean que es por llevar bata blanca o porque te tirarás a las enfermeras. Ha faltado tiempo para que los colectivos de enfermería le haya saltado al cogote acusándolo de denigrar la imagen de las enfermeras como mujeres y como profesionales y pidiendo que se le retiren los premios que le han sido concedidos por no tener altura moral y su turbia mentalidad machista.

Pedirle a un buen cirujano que sea políticamente correcto parece un exceso. Puede que la broma que pretendía hacer sea (mal leída) impertinente, pero importa más que su trabajo sea impecable. La agresividad contra la frivolidad es un exceso de estos tiempos del cólera. Como diría Leire Pajín, una persona puede decir lo que le salga de los cojones. Que es algo que ella podía decir sin que sonara tan machista.

Twitter@JLBethencourt