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Pilar del Castillo > Luis Ortega

Gracias a la milenaria costumbre de perpetuar su imagen, privilegio restringido a los poderosos y ricos, conocemos la anatomía de los actores centrales de la historia y, a través de sus rasgos físicos, especulamos incluso sobre varias facetas de sus existencias. Ese uso inveterado jamás fue puesto en cuestión, salvo excesos escandalosos o megalomanías escabrosas. En un suplemento de El Mundo, se hace un recorrido por los retratos oficiales y, desde su sesgo ensolerado, se pone un énfasis especial en los precios pagados a los artistas por diversas instituciones públicas. Ahora, en la obsesión por la austeridad (A la fuerza ahorcan), que, con desmemoria y rigor penitencial, pregonan los dilapidadores (gastones o rumbosos, para entendernos) por sí, o por mandato, obediencia u omisión, se asombran los medios por los precios pagados por estos menesteres. Las enormes diferencias entre los seis mil euros gastados por un presidente autonómico y los casi doscientos mil que abonó Álvarez Cascos para recordar, con una tela de Antonio López -nada menos- su paso por el ministerio de Fomento, me hicieron dudar, hasta el último momento, en el nombre de esta esquina. Detrás del líder del Foro de Asturias, en cuanto a costos están José Bono (muy criticado por el diario de Pedro J.), Félix Pons, Luisa Fernanda Rudi, Javier Solana, Rodrigo Rato y Ruiz Gallardón, con la tarifa habitual de Hernán Cortés: ochenta mil euros más IVA. También salen cantidades más modestas como los veinticinco y los treinta y seis mil euros, cobrados respectivamente por Manuel Parralo y Cristóbal Toral por inmortalizar a María José San Segundo y Federico Trillo. Caso especial, tanto por la elección del género -la fotografía de Cristina García Rodero- fue la del antiguo Comisario europeo y sufrido presidente del Congreso Manuel Marín, por cuatro millones de las antiguas pesetas. Por último, y en un gesto que cada cual juzgará a su modo y manera, tenemos a dos políticos que, con loable voluntad aunque faltos de pudor, ahorraron dinero al erario público y se autoretrataron; es decir, pasaron por doble vía al curso histórico: nuestro paisano Juan Fernando López Aguilar (1961), ministro de Justicia del primer gobierno de Zapatero, y aficionado al dibujo humorístico; y Pilar del Castillo (1952), ministra con Aznar, olvidada de sus orígenes radicales y que incluye en su biografía oficial la subida a los picos españoles de más de tres mil metros. Desde la distancia parece un asunto de poco acierto y aún menos modestia; porque lo más seguro es que ninguno de sus colegas, de izquierda y derecha, les hubieran encargado sus retratos, ni podrían vivir -vistos los resultados- en este oficio.