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Plaza Weyler desde 1879 (I) > Alfonso Soriano Benítez de Lugo

Sólo desde la más supina ignorancia, el sectarismo más radical o desde planteamientos franquistas, puede solicitarse el cambio de nombre para nuestra entrañable Plaza de Weyler, frente a la que tenían mis padres la casa familiar. Nada menos que desde el 7 de febrero de 1879 en que se aprobó por unanimidad de los concejales de Santa Cruz la propuesta de su alcalde don Luis J. Duggi, lleva nuestra plaza el nombre de uno de los generales más destacados del Ejército español y al que Tenerife tendrá siempre en su memoria.

Don Valeriano Weyler Nicolau, después de una brillante carrera militar, es promovido a teniente general en 1878, con solo 39 años de edad, y es nombrado capitán general de Canarias, donde de inmediato realiza una labor tan encomiable que mereció que la Corporación municipal de Santa Cruz adoptase dicho acuerdo cuando llevaba en el cargo tan solo un año. Merece la pena recordar el contenido del acta, que debo a mi buen amigo y Cronista Oficial de Santa Cruz, Don Luis Cola Benítez.

Comienza el presidente de la Corporación anunciando que el domingo siguiente, 9 de febrero de 1879, comenzaría el derribo del antiguo Hospital Militar para iniciar la construcción de un edificio-palacio destinado a Capitanía General de Canarias, y expone a los concejales que las obras que se realizan en la plaza -hasta entonces llamada del Hospital Militar- a fin de construir una nueva alameda “en el sitio que hasta ahora solo ofrecía un árido aspecto”, así como el nuevo edificio que se proyecta construir para Hospital Militar, se deben a la iniciativa del capitán general don Valeriano Weyler, “quien al poco tiempo de haberse encargado del mando militar de este distrito concibió aquellos proyectos”. Por lo que teniendo en cuenta “los beneficios que estas importantes obras producen al país” y el embellecimiento que supone para la ciudad, a la vez que el deseo de consignar de una manera estable y permanente el sentimiento de gratitud que la ciudad de Santa Cruz de Tenerife debe a la expresada autoridad militar, tiene el gusto de proponer:

“Primero, que se declare Hijo Adoptivo de esta capital al Teniente General de los Ejércitos de la Nación Excmo. Sr. Don Valeriano Weyler y Nicolau. Segundo, que a la plaza del Hospital Militar en donde se ha de construir un paseo con arbolado, se le ponga el nombre de Alameda de Weyler. Tercero, que a la calle que hoy se llama de la Maestranza se le varíe el nombre por el de calle de Galcerán, en conmemoración de uno de los hechos de armas más distinguidos en que ha demostrado su valor y pericia militar el expresado general, sin que a esta conmemoración se atribuya la más leve significación política, puesto que tratándose de una acción de guerra entre los hijos de una misma patria, no se conmemora el derramamiento de sangre entre españoles sino únicamente las cualidades del Ilustre general que la dirigió (¡Qué bonito!); y cuanto que teniendo medios la Municipalidad, como los tiene de adquirir un retrato de la repetida Autoridad se acuerde su colocación en las Sala de Sesiones al lado de los que ya figuran en ella, por hechos y servicios análogos prestados al país”.

Es preciso recordar que el solar donde se ubica la actual Plaza de Weyler pertenecía al ramo militar y se utilizaba en aquel tiempo ocasionalmente para ejercicios e instrucción de las milicias; como dice Cioranescu en su Historia de Santa Cruz era poco frecuentado porque estaba “casi el término de la población y también por la escabrosidad de su terreno”. En 1874 el Ayuntamiento pidió permiso al comandante general para plantar árboles en aquel solar a lo que se accedió, pero con la advertencia de que la propiedad seguía siendo de los militares. De manera que al general Weyler se debe también que la propiedad de la plaza pasara a ser municipal.

En los cinco años que duró el mando del general en Canarias su labor fue tan extraordinaria que mereció el cariño de todos los tinerfeños, hasta el punto de que, al cesar, todos los ayuntamientos de la Isla solicitaron para él el título de Marqués de Tenerife, que le fue concedido por la Reina Regente el 12 de octubre de 1887. En dos ocasiones mereció la confianza de los tinerfeños, al ser elegido senador por Tenerife en las elecciones de 1884, como independiente y sin afiliarse a ningún partido, y en las de 1893, defendiendo siempre nuestros intereses como un tinerfeño más. Su amor por Tenerife, se puso, una vez más, de manifiesto, cuando con motivo del homenaje que el 9 de diciembre de 1900, los canarios residentes en Madrid tributaron a Don Benito Pérez Galdós, en una carta de adhesión decía: “Todo lo que sea canario fija mi atención pues como Hijo Adoptivo no cedo mis derechos de cariño a los hijos naturales”.

La ofensiva contra Weyler viene de viejo. El académico de la Real de la Historia, Don Carlos Seco Serrano, en su obra Valeriano Weyler Modelo de General Civilista, recuerda que es sorprendente comprobar cómo Madrid cuyo ensanche decimonónico -el barrio de Salamanca- perpetuó en sus calles el nombre de todos los generales que a lo largo del siglo XIX encarnaron el triunfo del militarismo sobre el legítimo poder civil -Príncipe de Vergara, Narváez, O’Donnell, Diego de León, Serrano…- y que en otros lugares de la Villa y Corte pusieron el nombre de contemporáneos de Weyler -Jovellar, Martínez Campos, Polavieja…- o de jefes del Ejército que lucharon bajo sus órdenes -Arrando, por ejemplo- no ha querido recordar en ninguno de sus enclaves urbanos el nombre ilustre de Weyler. Sabemos -continúa el historiador- que el dictador Primo de Rivera dispuso en cambio que el nombre de Weyler fuese retirado en aquellos municipios que le hubieran dedicado calles y plazas. Y añade Seco Serrano: “Luego el prolongado régimen -de raíz y base militarista- surgido tras la guerra civil, miró con despego y recelo al mortal enemigo de la dictadura primoriverista, al defensor a ultranza del verdadero honor militar, al hombre que había sostenido que era necesario volver por la hegemonía del poder civil, vejado y maltrecho por los profesionales de la violencia”. Por esta razón durante el régimen del general Franco no se hizo nada por rescatar la figura de Weyler y si no cambió de denominación la plaza de Santa Cruz, como sucedió en otros lugares de España, es porque se sabía que el pueblo tinerfeño no lo hubiera consentido.

En la actualidad sólo conservan su nombre dos plazas: la de Santa Cruz de Tenerife y la de Palma de Mallorca, donde nació, y algunas calles de Mallorca y Cataluña. Incluso una sala que llevaba su nombre en el Museo del Ejército -hoy en Toledo- y que contenía toda clase de objetos personales del general, donados desinteresadamente por su familia, fue denominada durante el franquismo “Sala Colonial”, a fin de olvidar su mismo nombre. Pesó en este premeditado olvido del general Weyler, siempre viva como una injustificada mala conciencia, la leyenda negra con que la prensa norteamericana desfiguró, con caracteres de insulto, su imagen. Pero a esto nos referiremos en otro comentario.