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Política elemental > Jorge Bethencourt

Uno de los grandes descubrimientos de la política contemporánea es que el personal es omnívoro. La gente come de todo a condición de que se le presente con tono agresivo, de crítica y si es posible con alguna descalificación altisonante. Así resulta que un partido puede ser independentista en Cataluña y centralista en Málaga o austero en Canarias y derrochador en Madrid. O viceversa. La coherencia no supone ningún valor en el contexto de unos mensajes que se han vuelto doblemente oportunistas al territorio y al momento.

El problema es que todo esto se circunscribe al terreno del metalenguaje político. Es decir, que no tiene nada que ver con nosotros. El discurso público en España, una charca donde se pudren lugares comunes y razones pescadas al lazo, es un fin en sí mismo que no pretende llegar a ninguna parte. A ninguna que no sea desgastar al otro y retirarle apoyos electorales para conseguir eyectarle del poder. Se ha dicho, con razón, que en este país no se ganan las elecciones por la oposición, sino que se pierden por el gobierno. En eso no somos nada originales. La crisis se ha merendado ya a diecisiete gobiernos en la Europa de los recortes. Apercibidos de esta fórmula elemental de la mecánica política -el rozamiento con el poder produce desgaste- los partidos han abandonado cualquier tipo de lealtad institucional para poner al servicio de la demolición del otro, del adversario, todo su argumentario.

Y así ocurre que en este pandemonium nacional todos suben impuestos y critican que se suban impuestos. Todos derrochan y acusan de derrochar. Todos están en contra de los medios públicos, excepto de los suyos. Y todos, en suma, han terminado aterrizando en los oleosos mares de la demagogia más repugnante. Y lo peor de todo es que lo hacen desde la experiencia empírica de que el pueblo ni tiene memoria ni pasa facturas por la incoherencia. Los beneficios a corto plazo son evidentes. Los gobiernos se han convertido en incineradoras. Pero de paso, al tiempo que arde la basura pública con un agradable chisporroteo, en el altar del pensamiento urna se está quemando el sentido último de la democracia. El poder ya no es un medio, sino una brocheta con un fin. No es una herramienta sino un estadío temporal de privilegio en el que los partidos aterrizan como agencias de colocaciones. Quitar al adversario del poder no se trata, por tanto, de proponer otro modelo de sociedad. Se trata de acceder a 445.000 cargos. Suena mal, pero sabe peor.

Twitter@JLBethencourt