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¿Qué nos ocurre al volante?

POR LEOCADIO J. MARTÍN BORGES *

Conducir no tiene por qué ser una situación estresante. / DA

Conducir es una actividad enormemente compleja. Debemos tomar una gran cantidad de decisiones en milésimas de segundo, que pueden resultar en consecuencias graves para el conductor, acompañantes u otras personas. Es por ello que siempre deberíamos tener en cuenta que la percepción que tenemos al conducir, por ejemplo, de la velocidad, no tiene nada que ver con la realidad de lo que acontece en el exterior.

Estamos relativizando una situación, y colocándonos en una posición virtual en la cual todo gira alrededor de nosotros y de nuestra máquina y no percibimos la realidad exterior en su justa medida.

Las prisas, los embotellamientos impredecibles, la forma de conducir temeraria, el incumplimiento de normas de educación, los conductores novatos o turistas, los reproches al conductor por parte de otras personas que comparten el vehículo y la inseguridad al volante son, entre otros aspectos, motivos suficientes para que la conducción se torne agobiante y favorezca acumular malestares a lo largo del día. Según se van sucediendo situaciones como las nombradas anteriormente, y en función de los estados anímicos previos de cada persona, se podrán producir reacciones más o menos desproporcionadas con duración breve o prolongada a lo largo del día: gritos, enfado, indignación, insultos e incluso peleas.

Estas reacciones normalmente no se producen en una persona sólo ante la conducción, suelen aparecer en otros ámbitos de la vida también. Detrás de ellas suelen hallarse ideas rígidas sobre cómo deberían ser las cosas, sobre cómo deberían conducir las otras personas, sobre lo mal distribuido que está el tráfico, sobre la cara dura de algunos, sobre la lentitud de otros, etcétera. Las expectativas previas producen que sea fácil catalogar a los otros en categorías estancas, tipos buenos y malos o torpes y hábiles… Es fácil por tanto explotar y cargarlo hacia otro.

Los pensamientos que favorecen el enfado más frecuentemente suelen girar alrededor de varios errores de partida:

1) Considerar que el otro tiene la intención y el deseo de fastidiarnos. Si es así, lo normal es que se desee aleccionar al otro, darle su merecido. 2) Presuponer que existe una sola y exclusiva forma de hacer las cosas bien al volante. Está claro que hay normas escritas en el código de la circulación y unas sanciones previstas por el no cumplimiento, pero la realidad es que por más escritas que estén no siempre se respetan todas.

Son muchas las razones que favorecen este incumplimiento: las prisas, el enfado con otro conductor, creer que la infracción es menor y sin repercusión sobre otras personas, etcétera. Por tanto, un planteamiento más correcto y adaptado a lo que verdaderamente uno se encuentra en calles y carreteras es afrontar que al llegar a una rotonda alguno apurará la salida del ceda el paso y te hará frenar cuando no correspondía; que, sin advertirlo, alguien frenará y se parará cerca de una acera para dejar bajar a un pasajero, pendiente sólo de si la tienda a la que va está abierta y no en sí molesta; o ocurrirá que alguien, listo o tonto, da igual, se colará en alguna cola de acceso a un centro comercial. Si lo entendemos veremos que quizás valga de poco el nivel de malestar que produce un tercer error de partida: creer que si damos a la gente su merecido aprenderá a no hacerlo más la próxima vez. La verdad es que es posible conseguirlo puntualmente, pero lo habitual es que uno se sienta mal y los hechos se sigan sucediendo.

Como hemos dicho al principio, conducir es una actividad compleja, pero ¿cómo controlamos lo que pensamos acerca de otros conductores? Esto es algo que influye sobremanera en nuestra actitud y condiciona, en muchas ocasiones, las decisiones que tomamos al conducir. Examinemos algunas de nuestras ideas preconcebidas. Por ejemplo, un coche que va despacio, ¿por qué creemos que lo hace? Podemos atribuirlo a varios elementos.

1) La disposición del conductor. Podemos pensar que es un desconsiderado, maleducado, egoísta, incompetente, etc.

2) La apariencia del conductor. Su edad, género, raza, forma de vestir, etc.

3) Condicionantes externos. Podemos pensar que el coche es antiguo, o que hay un niño o una persona enferma en el mismo.

Las dos primeras causas se denominan, en psicología social, atribuciones disposicionales que provocan emociones negativas, mientras que los condicionantes externos se consideran atribuciones situacionales, con las que somos mucho más tolerantes o incluso, positivos.

Volviendo a la situación del conductor lento, podemos decidir si queremos hacer una atribución disposicional, y entrar en una espiral de negatividad, o una atribución situacional, empatizando con el otro conductor y sintiéndonos solidarios con sus condicionantes.

Las consecuencias para nuestro bienestar mental cuando elegimos la opción tolerante son inmediatas, algo que no conseguimos cuando damos rienda suelta a nuestra ira.

Posicionarse en una interpretación situacional nos permite desarrollar emociones como la compasión, la paciencia o la prudencia, sentimientos que nos predisponen positivamente.

En cualquier caso, si uno valora el malestar y prefiere centrarse en cómo deben ser las cosas y no en cómo son realmente, simplemente tendrá que afrontar las consecuencias emocionales.

En las ciudades grandes es mucho el tiempo que podemos pasar conduciendo, por eso es importante no quemarse para tener una mejor calidad de vida.

Leocadio J. Martín Borges. Psicólogo | www.leocadiomartin.com | @LeocadioMartin | www.facebook.com/LeocadioMartinCambiate