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Sobre la patria > Jorge Bethencourt

Soy agnóstico no solo en el terreno religioso, sino en el ideológico. El paso de los años, como a Unamuno, me ha vuelto fulanista. O lo que es lo mismo, prefiero creer en las personas. Eso me ha llevado a tener amigos con muy diferentes maneras de pensar eso que se llaman ideas políticas. La política es nacionalismo. Porque detrás de cada ideología se encuentra el poder como herramienta del cambio social. De igual forma que los peces necesitan el agua los partidos políticos necesitan el Estado nación. Hubo un tiempo, muy lejano, en que el mundo no estaba dividido por líneas trazadas con lápices de sangre y pólvora. El nacimiento de las naciones nos fue dividiendo en compartimentos estancos. Pueblos que arrojan al horno de la identidad sus grandezas pasadas, sus lenguas, sus culturas o sus hazañas, para reconocerse a sí mismos como singulares y diferentes de otros. El nacionalismo europeo, español o catalán son básicamente iguales en sus elementos discursivos. Como los dedos de una misma mano, se diferencian en el tamaño. Pero siendo prácticos, los grandes Estados plurinacionales, cuando funcionan, suelen ser más soportables que los pequeños. Aunque solo sea por economía de escala. No reconozco más estado soberano que el que comprende el espacio que media entre el primer pelo de mi ya escasa pelambrera y la suela de mis zapatos. Ese o el mundo. Lo demás son artefactos políticos que nos ha dado la historia. Ya decía Estévanez que su patria era la sombra del almendro que hace años aún seguía en su casa cerca de la curva de Gracia. Me resulta difícil de comprender el argumento de algún amigo independentista que sostiene con la fe del carbonero que Canarias debe ser un Estado soberano. Porque, ¿para qué? De los elementos esenciales de una nación -ejército, bandera, himno, banco central, ministerio de exteriores y capacidad para joder con impuestos a sus ciudadanos- ya los tenemos casi todos. Puestos a hacer algo práctico me gustaría más pertenecer a los Estados Unidos de Europa con un gobierno lo suficientemente lejano como para tener que llevar el nombre del presidente apuntado en una chuleta. No quiero más Estados, sino menos. Y menos poderosos. Y menos caros. Y menos intervencionistas. Mi patria es esta isla y Canarias. Y lo demás es una molestia, un pasaporte y un número de identificación que, de momento, bondadosamente, nos graban junto a nuestras huellas en una tarjeta, en vez de hacernos un tatuaje en las nalgas.

Twitter @JLBethencourt