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Un autoestopista de Guinea Conakry > Rafael Muñoz Abad

Una noche de verano en Fuerteventura, en medio de un enorme vendaval, dejé volar la imaginación y recordé alguna solitaria caminata por Namibia. La isla está llena de furgonetas Volkswagen, alemanes cocidos al fuego lento de la insolación, renegados del merkelismo, los abrigos y los horarios. Por lo que no crean descabellada la similitud con la antaño África alemana del sudoeste, hoy Namibia. De vuelta al siroco, compartí parada de guaguas con un hombre que escuchaba música árabe en esos modernos artilugios de la manzana mordida. Un joven natural de Conakry que ya llevaba siete años trabajando en la hostelería majorera. No sé si sus huesos ganaron esta errática España a bordo de un cayuco o en vuelo regular, y tampoco me pareció cómodo ni prudente perder el tiempo preguntándole semejante impertinencia. ¿Han hablado con un africano más allá de los tópicos de barra de bar?; si no es así, les recomiendo la conversación. Le sorprendió que conociese algunas cosas de su país y, con un tono jocoso, me hizo partícipe de su resignada queja acerca de la visión infantil y simplista que la gente suele tener de África. Un extenso e indefinido territorio donde todo el norte es Marruecos y Egipto; el centro es una selva; ¿y el sur?, el sur está ya demasiado lejos y puede que sea Sudáfrica. Lo cierto es que nunca fui a Conakry, aunque al menos sé situarla en un mapa. Entrando en confianza, me comentaba que profesaba la fe musulmana, pero que no me asustara ya que de momento no tenía pensado secuestrarme. Segunda tanda de risas y me tocaba recoger el guante. Le dije que podía estar tranquilo, que yo tampoco rumiaba llamar a la Guardia Civil para alertarla de un terrorista islámico en una parada de Pájara. Más risas. Alejados de esas estúpidas alianzas de civilizaciones, la tertulia fue derivando lejos de los tópicos y enfatizando en por qué los africanos se obligan con el viajero cuando ellos apenas tienen. ¿Será porque todos estamos inmersos en un viaje y al peregrino se le atiende sin más? Tras más de una hora de espera bajo una animada conversación alguien apareció. “…Tenemos un pasajero…” Y es que dejar a cualquiera bajo aquel harmattan habría sido una auténtica canallada. Mentiría si dijese que no vi la sorpresa en su rostro. Se quedó blanco.

Imagino que pocas veces le habrá acontecido que un culo pálido “poderoso y rico” le ofreciera entrar en su coche; más en una tierra extraña para él, ya no sólo por la frondosidad de su Guinea natal, sino por el metafísico apartheid carente de leyes escritas que es esta sociedad actual. Prejuiciosa jaula, cuyos barrotes invisibles se han forjado en la fragua del consuetudinarismo y la ignorancia como el peor de los códigos. Con un triste semblante nos comentaba que su país estaba muy mal; que los índices de pobreza y desarrollo humano eran muy bajos, y que a menudo su pensamiento se desdibujaba en un naufragio, en lo relativo al incierto destino de sus hermanos de viaje a bordo de un cayuco proa al maná de los papeles para todos. Si vas en silencio, una veintena de kilómetros dan para mucho. Esta vez fueron fugaces. Le dejamos a la entrada del lujoso hotel donde trabajaba de algo… Qué más da.

Rafael Muñoz Abad
*Centro de Estudios Africanos de la ULL cuadernosdeafrica@gmail.com