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Valores de don Marcos Guimerá > Ricardo Melchior Navarro

Con el fallecimiento de Marcos Guimerá Peraza, Tenerife y Canarias pierden a una de sus figuras intelectuales más insignes. Su trayectoria de servicio público fue reconocida en vida durante las últimas décadas, cuando le fueron otorgados, entre otros, el Premio Canarias (2002), la Medalla de Oro de Tenerife (1983) y el título de Hijo Predilecto de Santa Cruz (1999), su ciudad natal. Porque toda la sociedad isleña valoraba la tarea ingente que desplegó en torno a nuestro pasado, con una obra extraordinaria acerca del acontecer político del Archipiélago, desde la Ilustración hasta el primer tercio del siglo XX.

No obstante, por encima incluso de esa labor constate y rigurosa que distinguió su trayectoria como investigador, lo mismo que su fecunda carrera profesional como notario de prestigio, son otras las cualidades que mejor definen su figura eminente. Rasgos distintivos que adornan su perfil como hombre de bien, tanto en el seno más íntimo, al frente de la familia numerosa a la que dedicó todos sus desvelos, como entre sus amigos y conocidos, a quienes regaló su carácter caballeroso y afable. Porque gozar de la cercanía de don Marcos no tenía precio.

Hace poco más de un año tuvimos la ocasión de glosar su dilatada andadura personal y profesional, en un artículo en el que recordábamos algunos de los detalles biográficos que acrecentaban su grandeza. Nacido en el corazón de Santa Cruz de Tenerife, en 1919, su vida transcurrió entre esta Isla y la de Gran Canaria. A caballo entre una y otra -decíamos-, ejerció la notaría durante 45 años, después de opositar con éxito a la plaza correspondiente y haber cursado antes estudios de Derecho en la Universidad de La Laguna, institución por la que sentía un cariño especial.

Recordábamos entonces, y subrayamos ahora, las palabras que pronunció en el acto de recepción de la Medalla de Oro de Tenerife, otorgada por el Cabildo, cuando habló sobre su trabajo desdoblado en las dos capitales del Archipiélago: Las Palmas de Gran Canaria, donde tuvo seis hijos, y Santa Cruz de Tenerife, “donde para guardar el tan deseado equilibrio insular tuve otros seis”, señaló en aquella ocasión feliz, con esa particular simpatía que le caracterizaba.

Qué mejor modo de expresar, profunda y proporcionalmente, su amor por Canarias.

Ese día, el entonces presidente de la corporación, José Miguel Galván Bello, valoró su capacidad para biografiar a nuestros grandes hombres del siglo XIX “sin caer en la ceguera del patriotismo insular”, aludiendo a la isla como “piedra angular de la región” y a la necesidad de que Canarias se construya “sin hegemonías insularistas”. Se entiende así la alta consideración que ha merecido en el conjunto de la Islas toda su obra historiográfica, de la misma manera que sus análisis sobre el régimen jurídico de nuestras aguas y otros trabajos en el campo del Derecho notarial.

Fruto de ese respeto y consideración fue también la concesión de otras distinciones de las que estaba en posesión, además de las citadas al principio de estas líneas, como la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort (1977) y la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X El Sabio (1997), a las que unió su pertenencia, como miembro de honor, a la Real Academia de la Historia de Santa Cruz de Tenerife, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, el Museo Canario o el Instituto de Estudios Canarios.

Resulta comprensible el sentimiento de pesar que embarga ahora a tantas gentes de las Islas, una vez se ha conocido la triste noticia de su fallecimiento.

Todas las reacciones surgidas coinciden en señalar, junto a la talla intelectual de don Marcos, la honradez, competencia y laboriosidad que le distinguieron, igual que su comportamiento conforme a los más altos valores morales y éticos. Fue una gran persona.

Gracias Marcos por tu amistad, gracias por tus consejos y por tu amor a la Isla de Tenerife que tanto te va a echar en falta.

Se ha ido un gran hombre.

Descanse en paz.

Ricardo Melchior Navarro es Presidente del Cabildo de Tenerife