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Apariencia y realidad > Tomás Gandía

El engreimiento, nacido de la excesiva apreciación de uno mismo, es tan ofensivo como ridículo, y la gente no tarda en echarlo de ver y despreciarlo. Hay quienes comparan al hipócrita que aparenta ser lo que en realidad no es con el falsificador, que imita firmas y billetes.

Así como la sagaz vista del perito acaba por descubrir la más hábil falsificación material, el buen observador no tarda en desenmascarar al interfecto por muy bien representada que esté la máscara de virtud con que se disfrace. Por mucho perfume que se desparrame por encima no logrará que se desvanezca el olor característico de la suciedad. Muchas veces se escribe con arrogante mano lo que se desea que vean otros, aquello por lo cual se pretende que se juzgue. Pero se redacta entre líneas la verdadera opinión, el concepto que de los demás se forma.

Nuestra vida real es una palabra. Quizás no exista un obstáculo más grave para la consideración social como la constante tentación de aparentar más de lo que realmente se es. Podrá a fuerza de aparentarlo tomar en su imaginación engañosos efectos de realidad, y el ignorante se creerá sabio, el bellaco honrado y el grosero decente. Pero siempre llega un día en que las personas de su trato le midan sin discrepar en la anchura de un cabello y le pesen sin diferencia de un crepúsculo.

Tal vez hoy no ni mañana tampoco, aunque al fin y a la postre nos conocerán según en verdad seamos.

Muy chasqueados quedarían algunos si pudiesen penetrar en la mente de quienes los conocen y tratan, porque entonces verían lo bajo que de las apariencias se encuentra la tabla de su evaluación en el concepto ajeno. Cada vez que nos relacionamos con alguien, nos pesamos en la balanza de su estimación, que denota si hemos perdido o ganado desde el último pesaje. La gente conoce si hemos adelantado o retrocedido.

No vivimos solos en este mundo ni recorremos aislados el camino de la existencia. Parece vulgar esta afirmación y sin embargo la mayor parte de los fracasos tienen por causa el engreimiento de haberse creído el fracasado el centro del universo, menospreciando los derechos y opiniones ajenos.

Nuestras premeditadas acciones dan la apariencia de lo que fingimos ser, pero las espontáneas señalan lo que en realidad somos.