IN MEMORIAM >

Canario por decisión propia > José Segura Clavell y José Hernández Armas

En ese pueblo grande que es Madrid murió el martes 12 de junio de 2012, de un fallo cardíaco, Juan Luis Abad Cellini.

Había nacido en Gerona en mayo de 1948. Se crió y formó su carácter en La Laguna, donde sus padres, Enrique y Adelina, se trasladaron con sus hijos cuando Juan Luis tenía unos pocos años. Su padre construyó la vivienda familiar, en la década de los 50, en las proximidades de Los Rodeos, por haber sido siempre un enamorado de la aviación, entusiasmo que inculcó en Juan Luis, que desde su infancia construía y volaba aviones de aeromodelismo, con especial maestría. Tan pronto tuvo edad para ello obtuvo la titulación de piloto en el Aeroclub de Los Rodeos. A partir de entonces consideró que su vida tenía que estar ligada a las máquinas voladoras. Los que le conocimos desde la preadolescencia sabemos que era el ejemplo perfecto para ilustrar la palabra vocación. En su caso, la vocación de volar.

Este Ícaro lagunero se formó intelectual y humanamente en el ambiente provinciano de la ciudad de La Laguna durante los años 60. En concreto, en el denominado por entonces Instituto de Canarias. Allí forjó amistades que se mantuvieron fieles durante toda la vida. Su inquietud humana, su deseo de mejora constante y su insaciable curiosidad hicieron que asistiera a un espacio muy especial por entonces en La Laguna: la academia Gauss. En ambos centros de formación de jóvenes, Juan Luis dejó una huella perceptible en todos los que compartieron con él vivencias y actitudes. En particular, desde sus 15-16 años era reconocido por los demás como un auténtico líder con capacidad de transmitir un espíritu de superación además de su entrega noble y generosa a quien estableciera una relación de amistad. Y siempre con un permanente toque de humor en todas sus intervenciones que rebajaba a un nivel profundamente humano cualquier manifestación grandilocuente que en esos ambientes juveniles se produjeran.

Estas características le acompañaron a lo largo de su vida. Todos los que tuvimos la fortuna de ser honrados con su amistad somos avalistas de ello.

Nada le hizo perder nunca un ápice su orientación primera: ser piloto de aviones militares. Sus esfuerzos intelectuales, la puesta a punto de su estado físico e incluso su planteamiento global de vida, estaban presididos por ese objetivo. El punto de destino para materializar su objetivo era la Academia General del Aire de San Javier, Murcia. La finalización del curso Preuniversitario le llevó a intentar el ingreso. No tuvo éxito. El compás de espera hasta la próxima convocatoria lo invirtió matriculándose en primero de Escuelas Técnicas en la Universidad de La Laguna. Finalizó el curso con éxito y realizó un nuevo intento para ingresar en la Academia General del Aire. Lo consiguió con 18 años.

A partir de este momento, planteó su vida como una serie de respuestas a retos y desafíos de superación. El primero era conseguir realizar los 4 años de Academia con el mejor rendimiento. El resultado conseguido estuvo acorde con sus características: fue reiteradamente el número 1 en vuelo de su promoción. Así transcurrieron esos años que finalizaron con la recogida del despacho de teniente.

He aquí que ahora su tierra adoptiva, Canarias, reclamaba de nuevo su presencia. En efecto, en Gran Canaria está la base aérea de Gando y, por entonces, el territorio del Sahara español estaba bajo el control de los militares españoles que dependían en buena medida del aporte de medios que eran llevados por los aviones militares. Allí estuvo Juan Luis. Participó en innumerables misiones de diversa índole: vigilancia, transporte, reconocimiento. Se consideraba a sí mismo como una persona que había adoptaba una actitud de aprecio y consideración hacia los habitantes del territorio. Hablaba de los hombres azules del desierto como personas merecedoras de todo respeto. A comienzos de los años 70 se iniciaron acciones ofensivas contra nuestros militares. En alguna ocasión, su avión fue tiroteado. Llegó el año 1975 y todos los esfuerzos realizados, los peligros arrostrados por nuestros militares terminaron con un final no deseado, después de la Marcha Verde: España cedió la administración del territorio a los países colindantes. Finalmente, la ocupación quedó en manos de uno sólo: Marruecos.

Pero este camino profesional estuvo también minado: una terrible enfermedad hizo presa en él. Un linfoma Hodgkin, por entonces calificado siempre como fatal, fue su adversario. La atención médica en el Hospital Gómez Ulla y su voluntad indómita, acompañado de la suerte que siempre hace falta, le hicieron salir vencedor de la prueba y seguir siendo calificado “apto para el vuelo”.

La actividad del ya por entonces capitán Juan Luis Abad, continuó con el espíritu de superación que le era propio. Y como le ocurriera luego a lo largo de su vida, tenía el don de estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Este toque de fortuna que acompaña a los señalados por el destino, le hizo ser destinado a una de las mejores unidades de pilotos de caza del Ejército del Aire: la Base Aérea de Albacete que le permitió volar los Mirage F1.

Sí comentaba, a los que le oíamos con atención cuando volvía por La Laguna, que la vida del militar del Ejército del Aire tenía que estar presidida por el ansia de mejora profesional continua. En vez de esperar a que el escalafón corriera por el mero paso del tiempo, él consideraba que la forma de valorar a las personas era mediante la superación de cursos y pruebas de capacitación, demostrando en la práctica lo aprendido. Lo de los ascensos por antigüedad tenía que quedar en el pasado. Y a ello se aplicó con todo el coraje y la voluntad firme que le caracterizaban. Y todo ello, sin abandonar ni un momento la actividad para la que estaba especialmente dotado: la de volar. Así acumuló a lo largo de su vida miles de horas de vuelo.

Toda su superación profesional y la distancia geográfica que le separaba de su hogar en La Laguna no significó en ningún momento el olvido de su familia a la que estaba entrañablemente unido y dónde tenía sus raíces.

En las venidas a su tierra canaria para convivir con su familia, siempre encontraba un día para reunirse con sus amigos. Siempre constituía para los que le recibíamos una experiencia plena y satisfactoria. Se trataba de reunirse con el que siempre habíamos considerado como un líder amable. Era una persona que, sin voluntad expresa de proponérselo, configuraba a su alrededor una atmósfera acogedora y entusiasta. Las conversaciones iniciadas en cualquier periodo anterior, se continuaban de forma natural, como si no hubiese un lapso más o menos grande de tiempo intermedio. La disponibilidad para el encuentro era siempre total y siempre con algún tema para el asombro: anécdotas de un piloto de caza en distintos escenarios a lo largo y ancho de España. Y aún más allá: probador de nuevos aviones, realización de maniobras conjuntas con otros ejércitos, entre ellos, con el norteamericano le llevó a aprender nuevas técnicas como el aterrizaje en portaaviones, etc. Aunque siempre rebajaba con humor el tono de los relatos, todo el que le escuchaba captaba que estaba hablando con un hombre impregnado íntimamente de su profesión. Dedicaba su vida y sus quehaceres a lo que le gustaba por encima de todo. Y el reconocimiento por vía de ascenso llegaba: así obtuvo la estrella de comandante.

Su trabajo y superación, la realización de cursos y asistencia a actividades formativas hizo que, una vez ascendido a Teniente Coronel fuera destinado como representante del Ejército del Aire de España en el Cuartel General de la OTAN en Nápoles. Eran los años 90 y de nuevo las circunstancias pidieron que diese lo mejor de sí mismo. Participó coordinando y fijando modos de actuación para los aviones de combate que España destacó en la guerra de los Balcanes, con acciones tanto en Serbia como en Bosnia.

El posterior ascenso a Coronel vino acompañado de un premio que él deseaba por encima de todo: Jefe de la Base Aérea de Albacete. Aquí, de nuevo, Juan Luis Abad dejó su impronta. Se dedicó al estudio concienzudo de la instrumentación aeronáutica, de la aviónica aplicable a los aparatos F1, de los equipos de armas. Todo ello sin el menor descuido en sus misiones de mantener operativas al máximo las unidades bajo su mando. Y no sólo eso: consiguió trasladar todos sus planteamientos a los correspondientes mandos superiores que acometieron la labor de modernización de los aviones de la base llegando a alcanzar un nivel técnico envidiable que fue seguido por otros ejércitos del mundo.

No quería que el tiempo pasara. La razón era no tener que entrar en la tesitura de que lo ascendieran a general y tener que abandonar su querido mando de Albacete. Allí se sentía plenamente piloto, con la peculiaridad de que los nuevos tenientes y capitanes que tenía bajo su mando le consideraban ya como “el viejo” que conocía todos los vericuetos de la profesión. No es de extrañar la devoción que le mostraban. Él les devolvió su afecto. Así, organizó, en colaboración con el ejército norteamericano, un viaje de traslado de aviones españoles hasta Alaska, por sus pilotos y utilizando sus propios medios, resolviendo todos los problemas de logística que esto significó.

Pero el tiempo pasó y sus méritos hicieron que en el siempre difícil ascenso al generalato, los mandos no tuvieran ningún asomo de duda. Un día caluroso y luminoso del inicio del verano de 2006 le fue impuesto el fajín de general de brigada. Los que asistimos especialmente invitados por el nuevo general jamás lo olvidaremos.

Siempre lamentó que su padre, por el que él sentía especial querencia, ya hubiera fallecido y no tuviera la fortuna de conocer que había cubierto con creces las expectativas que para él tenía en el mundo de la aviación. Don Enrique, que inculcó el amor a volar a su hijo, mostraba su conexión con la aviación, llamando a su perro boxer, con el nombre del famoso as de la aviación alemana, Richtoffen, el Barón Rojo de la I Guerra Mundial. Su madre, sin embargo vivía aún. Así tuvo la fortuna de saber como su niño había sido reconocido con el nombramiento de general, a través del relato del acto de imposición del fajín que tuvimos la oportunidad de hacerle.

Todo hacía pensar que entraría en una etapa de cierta tranquilidad vital. Todo lo contrario. Su actividad se volvió frenética con frecuentísimos viajes a distintos puntos de Europa o América. Se reunía con generales y jefes de los otros ejércitos de la OTAN analizando, debatiendo y decidiendo actuaciones que implicaban de un modo u otro el uso de la Fuerza Aérea de España, sostén de las actuaciones de las fuerzas armadas españolas en el extranjero. Fue nombrado Sub-Jema desempeñando este cargo durante años. No extraño, pues, que en la siguiente promoción a General de División no hubiese más que posturas afirmativas a favor de Juan Luis Abad, planteamientos que continuaron cuando se decidió por el Mando del Ejército y el Gobierno de la nación, el ascenso a la cúspide de la cúpula militar: Teniente General.

No es fácil imaginar que un hombre a quien su profesión le llevó a tan variadas y difíciles empresas en tan distintos escenarios, no perdiera nunca de vista a su tierra adoptiva. Pero así fue. Su anciana madre falleció y está enterrada en el cementerio de La Laguna. Pero las estancias de Juan Luis en La Laguna para compartir las celebraciones navideñas o sus vacaciones en familia, acompañado de su esposa Teresa, incondicional compañera, eran su mayor ilusión.

Su trabajo continuó plagado de responsabilidades y de toma de decisiones difíciles. Él estaba entrenado para ello. Las misiones que las Fuerzas Armadas de España han tenido y tiene en el exterior en muy diversos destinos, tienen que contar obligadamente con el concurso del Ejército del Aire. En algunos casos por actuación propia y en otros como soporte logístico. Es el caso de Líbano, Bosnia, Somalia, Afganistán. Su intensa participación en todas estas actuaciones se hizo evidente desde el punto y hora de haber asumido la Jefatura del Mando Aéreo de Combate, MACOM. Se encontraba quizá, al borde de su cima profesional. Desde fuera se diría que era una responsabilidad extrema que no debería descansar sobre las espaldas de un hombre que durante 40 años seguidos no había parado de asumir responsabilidades que implicaban en muchos casos, riesgos de la vida de sus hombres y de la suya propia (en una ocasión, muchos años atrás, salvó su vida y la de su compañero cuando se averió su avión lanzándose en paracaídas, no sin antes apartar el avión de zonas habitadas antes de que se estrellase). Sin embargo, su sentido del deber y su amor por el Ejército del Aire lo llevaban a manifestar que, precisamente por esa gran responsabilidad, estaba pasando el momento profesional más interesante y valioso de su vida.

A punto de ser renovada la cúpula militar, su nombre sonaba para JEMA (Jefe del Estado Mayor del Aire), y este posible último escalón parecía destinado a se ocupado por él. Y justo entonces, se produce lo inesperado. Un hombre que pasaba rigurosos controles médicos fue sorprendido por el rayo de la fatalidad, mientras descansaba. Su generoso corazón no pudo continuar la misión de mantener la vida de un hombre ejemplar, de un profesional intachable, un buen hijo, mejor hermano y un gran amigo de sus amigos. Descanse en paz.