mirada sobre áfrica>

Cruz Roja> Juan Carlos Acosta

La acción humanitaria está de enhorabuena, aunque solo sea por una palmadita en la espalda que apenas compensa los grandes recortes que sufre en estos inciertos tiempos de crisis. Cruz Roja Internacional y la Media Luna Roja han sido distinguidas con el Premio Príncipe de Asturias 2012 a la Cooperación Internacional, uno de los reconocimientos más justos y oportunos que recuerdo, dada la labor inmensa que vienen realizando desde hace muchos años a lo largo del mundo, y porque sus cooperantes y voluntarios siempre están en la primera línea de los conflictos y de las catástrofes que azotan especialmente a las regiones más empobrecidas.

Asistir desde nuestros sillones confortables a esas imágenes que nos ofrecen los telediarios sobre las guerras, las hambrunas y las emergencias de todo tipo que originan grandes éxodos de refugiados no nos exime de ser partícipes de las desgracias infernales que se suelen producir en las mismas zonas año tras año ni de comprender que, en cualquier caso, lo difícil es estar allí, con la responsabilidad asumida de saberse un eslabón vital para millones de personas que han tenido el infortunio de nacer en el lugar equivocado, además de padecer casi las mismas penurias, el rescate permanente del prójimo, los climas extremos, la falta de los más mínimos elementos básicos para la subsistencia, la insalubridad, las enfermedades y encima la inseguridad personal en regiones de conflicto bélico, como ha ocurrido recientemente en el Cuerno de África o en el Sahel, sacudidos por una de las peores sequías de la historia aderezadas por choques guerrilleros o movimientos islamistas fundamentalistas que secuestran a occidentales.

Aunque suenen a datos y cifras, Cruz Roja es la mayor red humanitaria del planeta, con cerca de 100 millones de colaboradores e implantación en 188 países, una entidad que cuenta asimismo con tres premios Nobel desde su creación en el año 1863 en Suiza por su fundador, Henry Dunant, para atender a las víctimas de los conflictos bélicos y las catástrofes y prevenir el bienestar social y la calidad de vida. Eso sí, según el jurado de Oviedo, ha primado en la distinción los principios de humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, unidad y universalidad, algo que la organización benéfica ha extrapolado en una inmediata respuesta a la labor de sus voluntarios; una puntualización que hay que valorar en su justa medida, puesto que son muchos los jóvenes y no tan jóvenes que regalan sus conocimientos académicos, esfuerzos profesionales y mejores años de sus vidas a la causa, dejando tras de si una gran esperanza en un mundo generalmente demasiado materialista para aprender a compartir.

He sido testigo a través de las ondas de la radio -claro que desde esta parte afortunada del espejo- del aplomo de un puñado de personas que luchaban en medio de la devastación absoluta y de la angustia por no poder auxiliar a miles de niños de quienes huye la vida y que mueren como pajaritos derrumbados por la falta de alimentos, en un entorno en el que los seres humanos valen menos que una cantimplora de agua y que les condena a ser sombras y jirones de si mismos.

Por eso me sumo con mis más sinceras felicitaciones a todos los que integran Cruz Roja no ya por el galardón español, sino por la entrega, la generosidad y el ejemplo que nos dan a los que nos hemos quedado en casa viéndoles por la televisión.