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El bar del paseo > Jorge Bethencourt

Voy a ponerles un ejemplo práctico. Hace muchos años -muchos- en un pequeño pueblecito de la costa de Tenerife, un bar tenía unas mesas situadas junto a la playa, en un paseo peatonal. Desde que tengo memoria nos hemos sentado en esa terraza a tomar una cerveza y unos camarones.

El otro día, para mi sorpresa, las mesas habían desaparecido. Hablé con un camarero. “Costas”, me contestó con cara sombría. Costas. Supongo que las mesas y sillas invadían el espacio marítimo terrestre causando un grave daño al ecosistema de besugos y pejeverdes que vegetan entre deslindes, pleamares y otras hierbas.

Cuatro puestos de trabajo menos a cambio de disponer de un espacio de cemento libre.

Nos pasamos la vida hablando de apoyar la creación de empleo. De las políticas activas. De apoyos a los emprendedores. Todo ese mar de saliva plagado de frases hechas y buenas intenciones que se quedan en eso. Pero la realidad está escrita con los renglones torcidos de estos hechos cotidianos. Un bar con terraza al que Costas le mete el diente para aplicarle de forma irreprochable una normativa cuya literalidad seguramente es coherente en el mundo onírico de un país perfecto.

Llevamos años diciendo que las Islas no son el continente. Que aquí el mar es otra cosa y su cercanía también. Paseando por las costas de Canarias uno puede ver chalés y construcciones misteriosamente cercanas al mar que son inmunes al celo de los responsables de conservar las costas en un estado virginal. Pero uno choca con la realidad. Con las normas en la mano, el paseo no tiene seis metros y bla bla, bla. No se trata de que se haya aplicado otra cosa que la legalidad. Se trata de que hemos hecho normas -muchas y para todo- que hacen más complicada la prosperidad, el empleo, el negocio.

Esos metros de cemento vacíos son públicos. Podría incomodarnos que alguien se lucre de ellos. El empresario dueño del bar, los camareros que cobran su sueldo… Pero el vacío público es socialmente menos rentable que la prosperidad de una pequeña empresa privada. No es un problema de cobrar un alquiler, de pagar un canon de ocupación… Es que sólo cabe el vacío.

Por muchas palabras que nos digan, la realidad supera a la verborrea. ¿Quién protege a los 360.000 seres que van a la deriva en una balsa? El mismo que le dice a un famélico náufrago “no te comas esa vieja que ha saltado a la balsa. Es una especie protegida”. Como el cemento del paseo.

Twitter@JLBethencourt