el salto del salmón > Luis Aguilera

El único cielo conocido > Luis Aguilera

Escribí en el artículo anterior sobre la necesidad de buscar un refugio para escapar de las asechanzas del mundo que no son otras que las guerras que se anuncian, unas próximas, otras más remotas, pero siempre amenazantes. Me perseguía la teoría del periodista e investigador belga Michel Collon sobre cómo Occidente debilitará a China y a Rusia. La teoría se ha visto respaldada por lo sucedido en Libia y ahora en Siria que está en la fase de las justificaciones. No hay mejor argumento que una buena matanza de inocentes. No cabe duda de que la OTAN prepara allí su intervención “humanitaria” que podría conmovernos siempre y cuando no nos preguntemos quién arma tan poderosamente a la oposición y cómo unos ciudadanos, probablemente con menos recursos que usted y yo, se hagan de la noche a la mañana con un arsenal de armas pesadas y de vehículos adaptados para la guerra. Es probable que su salario diario, en tiempos de paz, no sumara más que el costo de tres o cuatro balas. Pensando en esto, seguramente el secretario de la OTAN pidió en Chicago que la arruinada Europa ponga más dinero para estallarlo en bombas.

Sucedió que el domingo pasado, Día del Padre, unos amigos me hicieron parte de su festejo. Estos amigos tienen un hostal y por él estaban de paso tres mochileros, una chica y dos varones. Son argentinos y se conocieron de una manera muy singular pues cada uno iba armando su propia aventura por aparte y coincidieron en Río de Janeiro. Se conocieron o reconocieron más por las guitarras que por su acento. Y desde entonces van los tres a modo de juglares y viven hermosamente de pasar la gorra. Chacareras, canciones de Veloso, sambas… Cuando salí de allí me dije: “Comimos como bestias y cantaron como dioses”. Fue al llegar a casa que pensé “Todavía nos queda un último refugio: gente como esta con su música”. Entonces recordé un texto del que comparto este fragmento:

“Salvo la música, poco queda de Dios en el hombre. Salvo la música. Tu único cielo conocido. Ninguna otra mano te roza la frente como un ala. Ningún otro instinto atávico te hace tender a la totalidad; es decir, a la plenitud; es decir, a la felicidad. ¿Es tu desesperado esfuerzo por ir más allá, adonde no alcanza la palabra? Si algunas veces escuchando una canción te sientes hundir y vencido por una extraña ausencia sientes que la nostalgia te viene en aumento, no es otra cosa que la memoria del corazón en busca de su más remoto origen.

En verdad, lo único que haces es rendirte al presentimiento de que una vez fue tuyo el paraíso. Lo que vieron tus ojos y oyeron tus oídos ya no podrá ser descrito ni reconstruido ni entendido, tres esencias de la muerte. Su inaprensible escala se fuga en el diapasón del piano, en la lágrima de aire que tiembla y escapa de la cítara, en el trueno que sube del tambor y viaja con el anuncio inminente de batallas que tienes que librar y que perder y en la dulzura que persigues de la flauta y en el río de viento que lleva por dentro la ocarina. Todos tus sentidos cruzaron por ese territorio para el que no fueron inventados los límites y de cuya anchura bebiste el alto vuelo del que ahora, anclado en tierra, sólo puedes evocar su inconsistencia. De esa región también parten los sueños…”