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Europa sin brújula > Fernando Fernández

Sería un error pensar que el resultado de las elecciones en Grecia resolverá los peligros que nos amenazan en la zona euro y nos afectan sobremanera a los españoles. Es verdad que ese resultado es el menos malo, pero Grecia no es la causa de nuestros males.

Además, Grecia es la cuna de la dialéctica y de la tragedia, así que no adelantemos acontecimientos y demos tiempo para saber si, esta vez sí, los griegos son capaces de formar un gobierno que cumpla sus compromisos y no haga más trampas. Nuestras dificultades son propias en mayor medida desde los tiempos de ZP, aunque se hayan agravado en los meses últimos, especialmente con la implosión de Bankia, que ha puesto en primer plano los males de parte de nuestro sistema financiero, que hasta ahora todos se habían negado siquiera a mencionar. Y tenemos un segundo problema derivado del gasto público desmesurado, especialmente en unas comunidades autónomas manirrotas, en cuyo control casi todo está por hacer. No son nuestras únicas debilidades, pero si las que exigen una atención prioritaria para recibir el oxígeno que nuestra economía necesita para salir a flote. Esas son las prioridades pendientes de resolver por el Gobierno español.

Ambos problemas están íntimamente vinculados a la forma como desde la Unión Europea (UE) podamos recibir las vitaminas que estimulen nuestra débil economía. Y como he mencionado varias veces durante la crisis de los mercados que ha azotado y aún amenaza la credibilidad del euro, la UE se ha comportado como una ballena, como Moby Dick dando coletazos, herida por un arpón de Achab pero todavía con vida. Es verdad que esta no es su primera crisis y que siempre ha salido fortalecida de ellas, aunque, por su propia naturaleza, su proceso de toma de decisiones es lento y, en más de una ocasión, ha tenido que agotar hasta el último minuto después de una simbólica parada del reloj para lograr acuerdos dentro de plazo. Pero ahora el tic-tac está fuera del control de las instituciones europeas y viene marcado por la hora de apertura y cierre de los malvados mercados.

Esta es además su primera gran crisis en la era de la globalización, en la que todos los ingredientes de esta se conocen en tiempo real. Hablan muchos y los que hablan lo hacen en demasía, a destiempo y sin la prudencia necesaria para salir con éxito del atolladero.

Europa habla con una cacofonía muy perjudicial, no habla con una sola voz, se oyen muchas y cada una suena con un tempo y un ritmo diferentes y el resultado final no es el de una gran sinfonía coral, mas bien parece que la banda está borracha y carente de melodía.
Por increíble que sea, después de años de grave crisis la UE carece aún de una hoja de ruta y cada voz, cada estado miembro, habla en función de sus intereses nacionales. El resultado es una Europa que navega sin brújula. La tripulación, es decir, los ciudadanos, no vemos a donde vamos ni como llegaremos a puerto y el riesgo de naufragio nos atenazada con el miedo en el cuerpo. La peor situación de las posibles. No vivimos tiempos para el divertimento de un minué mozartiano, pero tampoco es aceptable vernos obligados a desfilar al compás de una marcha wagneriana. Puestos a elegir y con la esperanza de volver a vibrar con la oda tan europea de la Novena de Beethoven, disfrutemos, mientras duren, de los éxitos de la selección española de fútbol, la de todos, rebautizada por el prisoe como La Roja desde los tiempos del sectarismo zapateril.