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Gabriela Bravo > Luis Ortega

Carlos Dívar completó el desdoro del Poder Judicial y del Supremo en su delirante rueda de prensa, acompañado de Gabriela Bravo, portavoz del Consejo General, que acompañó al peregrino a los Santos Lugares y las vacaciones caribeñas (¡qué malos pueden ser los corporativismos!). En su mandato y despedida, el jefe de los jueces hizo cuanto le vino en gana y dejó a la vocera de este grupo ¿profesional? -del que desconfía mayoritariamente la población, según el CIS- quien nos contara por qué el señor de Almería no se marchó ipso facto de su responsabilidad vulnerada, “causando -según los colegas que pidieron su dimisión- un irreparable daño a la Justicia”. Al pavo real le falta una pluma, dice una cumbia y a este magistrado, censurado por la prensa independiente por el proceso a Garzón, entre otras causas, por investigar los crímenes franquistas, le faltaba la foto con el Rey en el Bicentenario del Tribunal Supremo, creado con la Constitución de 1812. (Pero los designios de Alá son inescrutables y la muerte del heredero saudí y el viaje de duelo del monarca, reducen de grado la instantánea y apareció con el Príncipe de Asturias). Con tono firme, la fiscal Bravo dijo a los medios que, después de la ceremonia y la foto, Dívar, cuyos actos no fueran punibles para la Fiscalía y el Supremo, formalizaría una “postura rotunda y contundente”. Ya nos anticipó el sujeto excusas que insultan la inteligencia y decencia más comunes. Líbrenos Dios de buscar en los actos personales -ideas, gustos, tendencias- la razón de la chorizada, o la excusa para justificarla; pero líbrenos también de las teorías conspiratorias (made in Pedro J., que sigue, erre con erre, implicando a los asesinos y bandarras de ETA de la masacre de Atocha); pero, por favor, que los linchadores del juez estrella hablen de vendetta en esta sinvergonzada clama a la tierra y al cielo. El uso de dinero público para gastos personales es grave en sí mismo; aunque la exculpen normas dudosas, la fiscalía digital y la suprema instancia que fuera de nuestras fronteras se ve como una chirigota. La libertad ganada nos exime de dar cuentas de lo que hacemos con nuestra vida íntima. Pero no se merecía el ínclito Dívar -que, por años de servicio, tiene pensión- encabezar una efeméride como el bicentenario de la primera Constitución a cuya amparo nació el Tribunal que enfangó gravemente. Por cierto, la bella Gabriela tampoco debería continuar de portavoz de una institución tocada de ala.