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Herbert Clark Hoover > Luis Ortega

Aunque Herbert Clark Hoover, trigésimo primer presidente de los Estados Unidos, entre 1929 y 1933, lo resaltó en sus memorias, autores de mayor crédito desmienten la ola de suicidios entre la clase financiera durante la crisis del 29. Entre el Viernes Negro y el fin del año fatídico, de las cien muertes voluntarias sólo cuatro están relacionadas con el desastre bursátil. Tal vez fue un pretexto para acentuar el dramático periodo que gobernó y reducir la dimensión de su castigo en las siguientes elecciones. El efectismo de las caídas voluntarias desde los rascacielos fue una leyenda y, ahora, con una situación de alcance y gravedad semejantes, ni en España ni fuera de ella se han registrado esos sucesos, aunque Izquierda Unida presentó una iniciativa parlamentaria “ante el importante aumento de los suicidios que, entre 2005 y 2012, pasaron de los dos mil quinientos a los cuatro mil, debido a la crisis”, según el diputado Gaspar Llamazares. Hoy acaba la primavera, con frío y carencia de lluvias, con nuevos anuncios de recortes para las administraciones públicas, con el paro en ascenso irresistible y un Rajoy que, en respuesta a quienes le llaman mudo, aparece agorero y locuaz y busca, veremos los resultados, cierta comprensión de la Unión Europea sobre el déficit español. El ingeniero Hoover (1874-1964) dirigió explotaciones mineras en China y Australia, que le reportaron una notable fortuna y, durante la I Guerra Mundial y la hambruna de 1920-1921 realizó una notable labor filantrópica en Europa y una popularidad mundial que le valieron la nominación presidencial por el Partido Republicano. En la Gran Depresión que, como Zapatero, negó en los primeros momentos, actuó con recetas liberales, confiado en la recuperación de la economía norteamericana por sus propios medios y criticó las políticas sociales de las potencias europeas -Francia e Inglaterra, principalmente- y, cuando quiso actuar sobre el desempleo era ya demasiado tarde y su crédito personal cayó de plano. Y como nuestro Rajoy, se escondió como pudo y habló por medio de portavoces con buena voluntad para tragar marrones. Su deseada reelección fue un sonoro fracaso y el candidato demócrata Franklin D. Roosevelt le ganó con abrumadora amplitud. En sus memorias justificó, con más pasión que razón, sus errores (actitud nada nueva en un político) y magnificó el drama de los financieros en cuestiones sensibles como el suicidio. A finales de la estación y por mal que vayan las cosas, sería bueno recordar la prohibición que titula una de las mejores comedias de Alejandro Casona: Prohibido suicidarse en primavera o en cualquier estación.