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Las escuelas taller, los jóvenes y el campo > Wladimiro Rodríguez Brito y Víctor Martín Martín

Nadie duda a estas alturas del siglo XXI que tanto la cualidad como la calidad de las innovaciones dependen en buena medida del nivel de instrucción de las poblaciones. Se llega así a la conclusión de que hay que prestar a la educación la máxima prioridad a la hora de mejorar los factores del crecimiento económico (incluyéndose ahora el crecimiento económico dentro del desarrollo sostenible).

Innovación y educación han quedado así indisolublemente unidas, y todavía más cuando se ha descubierto el potencial intelectual de los grupos de población hasta hace poco desconsiderados.

Precisamente, llevar la instrucción hacia los grupos de población desfavorecidos ha sido uno de los motivos de la aparición de las escuelas taller y casas de oficios en el ámbito del país y, por tanto, de la Comunidad Autónoma de Canarias. En nuestra comunidad se acaba de publicar en el Boletín Oficial de Canarias la resolución por que se conceden subvenciones para desarrollar proyectos de escuelas taller y casas de oficios. Se han aprobado inicialmente unos 15 proyectos, a los que se va a destinar la nada desdeñable cantidad de unos siete millones de euros para la formación de cerca de 500 jóvenes en situación de paro. Hasta ahora todo perfecto, pero ¿para qué profesión van a ser formados estos jóvenes? Seis escuelas taller serán para formación de monitores de tiempo libre, deporte y turismo, cuatro para manejos de programas informáticos, dos para jardineros, una para energías renovables, una para acuicultura y casi una para agricultura ecológica. Es decir que tres cuartas partes de las escuelas taller son para actividades no productivas y dependientes del exterior (tiempo libre, deporte y turismo), mientras que sólo el 25 por ciento está relacionado con actividades productivas y recursos propios (y ello hilando muy fino porque también existe cierta dependencia tecnológica respecto a las renovables y la acuicultura). Nada relacionado con el sector agropecuario tradicional de las Islas, en un momento de extrema crisis en el que existen tierras y aguas ociosas o abandonadas, mientras que los ayuntamientos reparten bolsas de comidas a las familias desempleadas, no sólo en las ciudades, sino también en municipios rurales y de histórica importancia agrícola.

La pequeña Dinamarca, que ha sacado el máximo partido de las posibilidades que su pobre suelo ofrece y su agricultura está internacionalmente considerada como una de las más desarrolladas y perfeccionadas del mundo, produce tres veces más alimentos de los que necesita. ¿Cómo lo consiguió? Aparte de la realización de una reforma agraria estructural, la instrucción jugó un papel determinante. En este país nórdico, la difusión de la enseñanza ha permitido a la agricultura alcanzar un alto grado de perfeccionamiento y elevados rendimientos. Durante el siglo XIX tuvo lugar un muy activo movimiento de instrucción de las masas campesinas, impulsado por la Iglesia y en particular por el pastor Nicolai Grundtvig, fundador de las altas escuelas populares, que dieron a los campesinos, más allá de toda preocupación en materia de exámenes, una formación cívica, económica y cultural. La primera de ellas fue creada en 1844, y sobre el mismo modelo fueron luego fundadas escuelas de agricultura. La Escuela Real de Veterinaria y Agricultura de Copenhague, 32 escuelas superiores de agricultura y 25 granjas escuela experimentales imparten actualmente enseñanza técnica y económica a miles de alumnos, y numerosos consejeros agrícolas diplomados están a disposición de los agricultores. ¿Quién dice que con la agricultura no se puede llegar al desarrollo o mejorar la calidad de vida de millones de habitantes? En un momento en que la dependencia exterior y la terciarización de las Islas ha llegado a los índices más altos de su historia, se debe retomar estratégicamente el concepto de recurso endógeno y actividad productiva, y la tierra para la agricultura y la ganadería lo son, junto al conocimiento empírico de nuestros agricultores tradicionales, para transmitir al menos a algunos de nuestros jóvenes un acervo cultural y patrimonial para mejorar la producción de alimentos y, de paso, mejorar la gestión del medio ambiente, hoy totalmente separada de las poblaciones rurales.

Wladimiro Rodríguez Brito y Víctor Martín Martín son Profesores de Geografía en la Universidad de La Laguna