por qué no me callo >

Las sandalias del pescador > Carmelo Rivero

La dama de Birmania, Aung San Suu Kyi, que al fin recogió el Nobel de la Paz con 21 años de retraso por el arresto domiciliario en Myanmar, sostiene que “abandonar los valores de la compasión y el amor en política equivale a caer en una corrupción interior”. No son palabras de moda, decía Saramago. Europa (Alemania), al borde del big bang, permanece ajena a los sentimientos.

Si la metáfora del Titanic que se hunde no fuera tan gráfica para ilustrar lo que le pasa ahora mismo, en estas horas del harakiri electoral griego, a Europa, la perfecta encarnación del famoso poemario de Hans Magnus Enzensberger (“y esperaron hasta que se ahogaron…”), cabría decir que Rajoy anhela la llegada de un papa desprendido al Vaticano de la UE. Alguien que abra las arcas del BCE y proceda sin dilación a un reparto generoso de fondos, según qué bancos y de qué países en apuros, hasta que el barco (valga decir banco) de Europa quede de nuevo a flote. Un papa, un pope. Justo lo que le falta a la UE, vaticanizada en fratricidas guerras palaciegas de poder al borde del “precipicio” de un vertedero de bonos basura. La mefítica Europa en descomposición que en agosto cumple cinco años de crisis desde la caída de Lehman Brothers, y parece que fue ayer. Papa o papisa.

Pero Merkel no da el perfil. Tiene más de Ratzinger, trazas de maquiavélica en la sombra, que de aquel Cirilo Lakota, el papa del pueblo de Las sandalias del pescador. Acaso Hollande aporte cierto grado de heterodoxia en la hermética (de imposible hermenéutica) casa común, capaz de contravenir los dogmas estériles de este club rígido de mercaderes zoquetes que tiene las horas (no ya los tres meses de Lagarde, sino las horas como dice Margallo) contadas.

Un papa que salga de noche con su ayudante de cámara Gelasio a recorrer Europa de incógnito para conocer sus problemas reales de falta de liquidez. Ese papa que se quite la tiara y enajene el tesoro de la UE, porque buena parte de Europa está entreteniendo el hambre con la Eurocopa, y los millones de parados no pueden esperar. Si el 28 y 29, el cónclave europeo (despejado el camino hoy y mañana en México por el G-20 tras el temido escrutinio heleno) eligiera a ese papa magnánimo bajo el espíritu de la humilitas, a sabiendas de que estoy soñando despierto, y el susodicho -un papa gerente, tecnócrata, vaya-, corta por lo sano y pone a cada uno en su sitio, quién nos dice que no se acaba este cuento de una vez en la persona del personaje fílmico de Anthony Quinn.

Eso, o tenemos Ilíada para rato desde este domingo, con la cólera de Aquiles, la peste y el destino de Atenas y Europa en manos de los dioses. O sea, de los mismos mercados.