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Mar de sinrazones

Vista del pleno, durante la intervención del consejero económico, Javier González . | ACFI PRESS

Por DOMINGO NEGRÍN MORENO

Mientras el Parlamento canario debatía el rechazo de las dos propuestas de devolución al Ejecutivo del proyecto de ley de enmiendas administrativas y fiscales, los empleados públicos de la Comunidad Autónoma chapoteaban en un mar de sinrazones. La protesta por el recorte salarial del 5% anual, que en la práctica lo es del 10% mensual en lo que resta de 2012, no llegó a la orilla porque los que tenían que remar se
cansaron.

Unos cuantos laboriosos liberados y delegados sindicales se concentraron ayer en el acceso al Legislativo, debidamente custodiados por la policía. “Toca el pito, porque si no hacemos ruido no conseguimos nada”, dijo una manifestante después de que una compañera se preguntara en voz alta qué pintaba allí. Probablemente, el cuadro clínico de los servicios básicos. ¡Para enmarcar!

Sus señorías entraron en el edificio sin más dificultades que las pocas ganas de sentarse en un escaño para escuchar los acostumbrados latiguillos en una discusión resuelta de antemano. A pesar de que el guión había sido escrito con bastante antelación, y demasiadas prisas, la expectación en la Cámara fue la misma que en un día de estreno. La variedad de géneros -cine, teatro, poesía, filosofía, matemáticas- aportó pluralidad a una sesión que realmente fue plenaria.

Estaban casi todos y, en la parte alta, la tribuna de invitados se encontraba abarrotada. Por ahí se dejaron ver representantes políticos, sindicales y empresariales. Entre ellos, destacaron por la atención mostrada -mayor que la de algunos parlamentarios- el eurodiputado del PP Gabriel Mato; el histórico Carmelo Ramírez, exalcalde de Santa Lucía (Gran Canaria); el secretario general de Comisiones Obreras en Canarias, Juan Jesús Arteaga, y el presidente de la Confederación Canaria de Empresarios (CCE), Sebastián Grisaleña. Afortunadamente, los recortes en educación no afectaron al respetuoso talante de quienes escuchaban estoicamente los planteamientos de los que tomaron la palabra para defender unos posicionamientos de sobra conocidos.

Bajo la cúpula del antiguo conservatorio, la dialéctica sonó a música celestial. Tronaron trompetas y retumbaron tambores procesionales. Los cirios alumbraron el recorrido desde la nada hasta el infinito. En un ejercicio de constricción, los consejeros Francisco Hernández y Javier González confesaron que al Ejecutivo tampoco le agradan algunas de las medidas que somete a votación. Aturdidos por tanta sinceridad, los partidos de la oposición cayeron en contradicciones incompatibles con la seriedad que predican. El Partido Popular y Nueva Canarias buscaban comprensión y recibieron compasión. Aunque Román Rodríguez hacía lo posible por diferenciarse de Miguel Cabrera, los dos se llevaron sendos sacos de calabazas cosechadas en la misma finca. La intervención del portavoz del grupo popular puso de los nervios a Hernández, que le recetó un medicamento para controlar la diarrea (mental, se supone). No es que Cabrera perdiera los papeles. Es que se acercó al atril sin chuletas.

Hubo división de opiniones: sus afines presumían de que lo estaba bordando y sus contrincantes hubieran preferido que se cosiera los labios. Lo llamaron vago, con elegancia, por haber despachado la argumentación de la iniciativa -que registró María Australia Navarro- en “siete líneas y media”, en contraste con el “gran esfuerzo” de Román Rodríguez.
En el banco azul, Paulino Rivero asistía con desigual interés. Parecía más pendiente de su dispositivo móvil que de la comunicación directa. Cuando hablaba Miguel Cabrera, el presidente regañó a los diputados de enfrente -los del PP, claro- y se ausentó durante los primeros quince minutos del discurso de Román Rodríguez. Estuvo especialmente cariñoso con Hernández y González, consciente de que los efectos se combaten con afecto.