Esto no se cobra>

Mecanismos de defensa> Cristina García Maffiotte

Cuando abrir el periódico, escuchar la radio o ver un telediario produce taquicardia, sudor frío, malestar general y angustia, el ser humano articula mecanismos de defensa que le permitan relativizar las cosas. Vamos, que cada uno se busca su particular forma de huir de la realidad para lograr conciliar el sueño, ahuyentar los fantasmas de un futuro negro e incierto y poder, sencillamente, disfrutar del día a día sin pensar constantemente en la inminente llegada del Apocalipsis financiero.

Mecanismos de defensa hay tantos como personas. Cada uno tiene el suyo. Está, por ejemplo, el mecanismo perífrasis de Mariano Rajoy. Hasta tal punto ha llevado ese mecanismo de defensa que esta semana estuvo a punto de llamar botellón al gabinete de crisis ministerial. Puede parecer una estupidez eso de no llamar las cosas por su nombre pero pocos elegidos conocen, como la conoce Mariano Rajoy, la leyenda urbana que dice que si se repite en una tribuna pública tres veces la palabra rescate el cielo se desplomará sobre la tierra, se abrirá el suelo y desde el fondo del núcleo terrestre llegará una horda de seres malignos que convertirán nuestra vida en un infierno tal, que Mordor parecerá un parque temático.

Pero hay otros mecanismos de defensa más normales y más extendidos. El más habitual es el método unicornio que consiste básicamente en dejarse las pestañas buscando cualquier dato, frase o gesto que pueda tener una interpretación positiva. Es la gente a la que le da un vuelco el corazón de alegría cuando ve que abre una nueva tienda, que se tranquiliza, aunque solo sea momentáneamente, cuando ve sonreír a un ministro mientras da una rueda de prensa, pensando, ilusamente, que si sonríe es porque sabe algo bueno pero que no lo quiere contar. Es la gente que, cuando se confirmó el rescate pensó que, por fin, todo había acabado. El lunes, a las once de la mañana, con la bolsa cayendo y la prima disparada se dieron cuenta de que los unicornios se habían comido los brotes verdes.

Es un método muy español. Como también lo es el método Eurocopa o avestruz. Solo hace falta una camiseta de la selección y ponerse a gritar “gol” delante de la televisión. Y mientras se grita, lleno de orgullo, “yo soy español, español, español”, otros, muertos de risa, te vacían la cuenta y tu cartera de derechos.

Finalmente, está el método alarmista que consiste en dibujar constantemente, desde la barra de un bar, un programa de radio o en la cena familiar, un escenario tan absolutamente aterrador que hace que la realidad parezca un plácido jardín de infancia cruzado por un bello arcoiris. No es un método nuevo. De hecho, lo inventaron los mayas; sí, esos, los mismos que han dicho que el 22 de diciembre llega el fin de mundo. Lo único malo es que, a fuerza de tanto anunciar catástrofes, siempre puede ocurrir que, por pura estadística, acierten alguna vez.

Pero, al final, lo que ocurre es que estos mecanismos de defensa no son más que eso; recursos de supervivencia que solo viven para no vivir llenos de miedo; recursos fáciles a los que nos agarramos para ganar tiempo y evitar que la realidad nos pase por encima. Y es que es más fácil esconder la cabeza que salir a la calle a pedirlas.