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Pilar Cabrera: “Todavía hay mucho miedo a hablar de la Guerra Civil”

La historiadora Pilar Cabrera. | DA

DAVID SANZ | Santa Cruz de La Palma

Garafía, el municipio más aislado de La Palma, sufrió en carne propia los horrores de la Guerra Civil, con una crudeza especial, por el hecho de que los alzados, aquellos palmeros que decidieron no doblegarse al golpe militar y se escondieron en las cumbres, acabaron muchos de ellos refugiándose en esta localidad. La investigadora Pilar Cabrera Pombrol, que ha desentrañado en sus libros distintas claves históricas y etnográficas de este pueblo, aborda en el libro Garafía y la guerra civil, que acaba de ver la luz, este pasaje traumático.

La Palma fue la isla que resistió más tiempo al alzamiento militar, en la llamada Semana Roja. No será hasta el día de Las Nieves, el cinco de agosto, cuando las fuerzas sublevadas contra el Gobierno republicano llegan al pago garafiano de Las Tricias. Cabrera Pombrol ha invertido más de cinco años en esta investigación, que se nutre del análisis de los principales archivos, pero también de la memoria de los vecinos de Garafía. De hecho, reconoce que fue en estas entrevistas obre diversos asuntos del pasado del municipio, cuando aparecía el tema de la Guerra Civil, lo que le despertó la curiosidad sobre esta etapa.

No fue fácil profundizar en la memoria de estas personas que sufrieron el terror de una brutal represión. “Tuve que ir muchas veces, porque este tema lo enterraron para poder seguir viviendo”, confiesa la autora. “Al principio me contaban un párrafo; luego ese párrafo, con las mismas palabras, pero me añadían otro poquito. Y así hasta que se abrieron”.

Todavía hay quien tiene “mucho miedo” de hablar de esta etapa. “Hay incluso a quien le saltan las lágrimas”. Recordó el caso que le narró una anciana, hermana de un alzado, que en 1936 era todavía una niña. En ese momento, las fuerzas de Franco iban a las casas con mucha frecuencia para presionar a los familiares y que desvelaran el paradero de los que pemanecían escondidos. “Tiraban los calderos al suelo con la única comida que tenían para el día y disparaban al aire. Además pegaban grandes palizas para que hablaran”. Pero lo cierto es que resistieron y “nunca hablaron”.

Uno de los aspectos que más sobrecogieron a la autora fue el papel que jugó la mujer. La mayoría de los hombres detenidos, muertos o en el frente, “se quedaron con los campos, atendieron los animales, hasta las semillas fueron capaces de guardar, cuidaron a sus hijos y sufrieron el asedio de las fuerzas, manteniéndose en silencio”.

Uno de los casos que resalta el libro es el de Antonio González, abuelo de la presidenta del Cabildo, Guadalupe González. Presidente de la Agrupación Socialista de Garafía, permaneció escondido en sus montes casi un año, hasta que se entregó con la palabra de que le respetarían la vida. Lo fusilaron un año después. “En el pelotón se encontraba un soldado de Garafía que lo apreciaba. Ambos se abrazaron y lloraron”, narra la autora.