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Recortar hasta los debates > Salvador García Llanos

La cosa empezó mal, ¿recuerdan?, cuando la convocatoria en que dio a conocer la composición de su gabinete. Se limitó a leer los nombres y apellidos de los ministros y ministras y sus respectivas carteras. Estábamos esa tarde decembrina en plena tertulia radiofónica de esta casa, interrumpida para tan importante trance informativo -ni más ni menos que el nuevo Gobierno salido de las urnas- cuando aquel lacónico anuncio, sin explicaciones ni preguntas ni nada, se saldó entre el estupor y el precipitado análisis de cada quien según el grado de conocimiento de los miembros del ejecutivo. Ojalá no sea esta comunicación, fulminantemente despachada, la tónica de la legislatura, dijimos con asentimiento de los demás intervinientes.

La cosa siguió peor, ¿recuerdan?, cuando aquella espantada del presidente del Gobierno por los garajes del Senado, huyendo literalmente de los periodistas que aspiraban a un mensaje de tranquilidad cuando los escenarios económico-financieros empeoraban por horas. El deseo se iba desvaneciendo.

Y así, entre escapismo y evasivas, apenas compensadas con algunas declaraciones en el extranjero, alguna parca e insuficiente nota oficial y aquella americanizada comparecencia dominical de mediodía en La Moncloa, ha continuado ese afán del presidente Rajoy por eludir al periodismo -nada que ver con sus frecuentes apariciones antes de serlo-, tiñendo de incertidumbre lo que de por sí la realidad y los acontecimientos entrañaban. No es exceso de prudencia o cautela, sino de silencio. Esa actitud ha favorecido ganarse a pulso la condición de ausente o ajeno, de huidizo o escondido, como si la cosa no fuera con él, hasta el punto de convertirse en un problema: no tiene un enemigo o un hándicap el presidente con las hemerotecas, que también; ni que se haga mofa y befa de sus dichos y contradicciones, sino que tal actitud está generando malestar entre sus propios correligionarios y no digamos en cierto fuego periodístico amigo que, sin traicionar las esencias, ve cada vez más insostenible defender lo indefendible. Ya le han enviado un par de avisos.

Pero el problema se ha complicado con la cancelación del debate sobre el estado de la Nación, víctima también del bisturí político, o lo que es igual, de los recortes de un ejecutivo que hace mal en saltarse algunos métodos, más o menos intocables, de la praxis democrática. Si en algún momento ese debate puede interesar, es el actual. Rehuir la tribuna del Parlamento en una situación como la que vive el país es exponerse a una crítica inmisericorde. Unas incógnitas como las que suscita el rescate de parte de la banca, por no mencionar el desempleo o la minería, el copago o el desprestigio de la justicia, en definitiva, la crisis de institucionalidad que se atraviesa, bien que merecen una comparecencia -y si fuera a petición propia, mejor- en el marco adecuado, que son las Cortes representativas de la voluntad popular que está quedándose huérfana ante las elusiones y el desdén con que la “obsequia” el jefe del ejecutivo.

No es exageración decir que España se debate en una preocupante y delicada coyuntura histórica. Eso exige gobernantes que estén a la altura, que informen, que comuniquen, que digan lo que se quiere o se puede hacer. No es lo que está sucediendo. Pero hay tácticas que no se pueden usar toda la vida. Y Rajoy lo sabe: los avisos -más que los mensajes- recibidos son todo un síntoma.