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Tomás Moro > Luis Ortega

En la sociedad angustiada, en el silencio culpable y en la disputa interesada, en la política pedrestre, incapaz de llegar a acuerdos patrióticos pese a la dimensión y la gravedad de la ola, suspendida sobre las cabezas de los inocentes sin trabajo ni jugosas indemnizaciones, como premio de su codicia y sus irresponsables estropicios, asistimos a un edificante oficio en honor de un intelectual y político que accedió a los altares, merced a la inteligencia de dos papas memorables: León XIII (autor de la Rerum Novarum y de la electrificación de la Basílica y el complejo de San Pedro) que lo hizo beato en 1886, y Pío XI (que firmó los Pactos de Letrán que dieron al Vaticano rango de estado) consagró su santidad. Los protestantes tardaron mucho más (1980) en exaltar sus extraordinarios valores y, como curiosa excepción, entronizar su imagen en las iglesias anglicanas. Por último, Juan Pablo II, un prodigio de las comunicaciones lo declaró Patrón de los políticos y los gobernantes en octubre de 2000. Detrás de esta justa y solemne celebración, está la inteligencia, la voluntad y la constante inquietud de Manuel Lorenzo, párroco de San José, en Santa Cruz, que ha probado en su Palma natal y en su actual destino que la imaginación es un elemento imprescindible en todas las actividades humanas incluso, o acaso más en las espirituales y, que en estas horas negras, donde se priman las codicias que trajeron estos lodos, precisamos de ejemplos de rigor y coherencia, tan útiles para los buenos creyentes como para los líderes civiles. Moro fue abogado por Oxford y Parlamentario, casado en dos ocasiones -su primera esposa murió muy joven- fue padre de cuatro hijos, amigo, hombre de confianza y canciller de Enrique VIII; renunció al cargo por el empeño del venal monarca en divorciarse de Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena; la oposición de Roma provocó la creación de una iglesia nacional, encabezada por el sanguino monarca; Tomás Moro y su amigo Juan Fisher defendieron las posiciones católicas, juzgados por alta traición y decapitados. En la ceremonia, el presidente del Parlamento de Canarias pronunció unas palabras, una oración laica: “Ni el hombre puede ser separado de Dios ni la política de la moral”. Con esta sentencia del autor de Utopía, Castro Cordobez añadió un peligroso plus espiritual a la crisis que, a la vez que la economía, tiene que resolverse para asegurar la justicia social, la ayuda a quienes más lo necesitan, el regreso del Estado del bienestar y la buena gobernanza”.