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Trileros > Alfonso González Jerez

Pasmo generalizado: la prima de riesgo sube y las bolsas españolas, tras un efímero rebote, vuelven casi al punto de congelación. Una expresión de idiotez irreparable nos cubre a todos. Pero, el puñetero rescate del sistema bancario, ¿no tendría efectos beneficiosos casi inmediatos en los mercados? Pues no. La decepción de ayer no se produce a pesar del rescate, sino por las espeluznantes opacidades del rescate mismo. Nadie se aclara respecto a si los intereses de la deuda derivada del crédito de 100.000 millones de euros se acumularán como déficit público o no (lo hará de manera secundaria, pero lo hará). Nadie sabe nada, tampoco, sobre la metodología que desarrollará el Fondo de Reestructuración Bancaria (FROB) para la asignación de la morterada: ¿inyectará directamente capital a bancos y antiguas cajas de ahorros o les incrustará participaciones preferentes o esos bonos convertibles denominados, con justicia casi poética, Cocos? Y más concretamente, ¿de dónde saldrán los 100.000 millones de euros? ¿Del Fondo de Rescate Permanente o del Fondo de Rescate Temporal, hermanos siameses de alma siciliana? Si proceden del primero la devolución de este crédito se priorizará -así lo dicta su normativa funcional- sobre el resto de la deuda pública, es decir, si usted dispone de diez mil euros en deuda pública española, no recuperará su inversión hasta que el Fondo de Rescate recupere su préstamo y sus intereses; póngase en la cola y espere. Pequeño problema: los principales tenedores de deuda pública española son los bancos españoles. Consecuencia paradójica: la ayuda financiera al sistema bancario patrio desfondará irremediablemente sus activos en deuda pública.

En el fondo de los intereses de los mercados palpita una razonable sospecha: se va a crear más deuda para enfrentarse con la deuda. Las deudas sólo se pueden saldar positivamente con crecimiento económico, pero el crecimiento será imposible por las condiciones implícitas del rescate según las ha esbozado el Eurogrupo: se vigilará la sacra austeridad presupuestaria y los mesiánicos ajustes fiscales. El crédito no brotará como un hontanar de leche y miel: la banca española necesita el multimillonario pastón europeo para pagar deudas (le debe más de 200.000 millones de euros al BCE) y aprovisionarse a medio y largo plazo.

Los mercados son muy hijoputas, en efecto, pero no invariablemente irracionales. Los mercados entienden que el rescate español corre el riesgo de revelarse como un gigantesco montón de papel y puede desembocar en una espiral de insolvencia generalizada y una quiebra financiera del Estado español antes de finalizar el año. Técnicamente el rescate se asemeja mucho a una operación de trileros inescrupulosos y al mismo tiempo aterrados de que se les venga abajo el chiringuito. Socialmente les importa una higa la acumulación de sufrimiento, angustia y destrucción que la salvación del orden político, financiero y económico vigente, oculto tras el rostro maquillado de un proyecto europeo ya pútrido, está suponiendo para millones de personas dentro y fuera de España.