opinión > Víctor J. Hdez Correa

Un reloj en línea > Víctor J. Hdez Correa

Parece mentira que en estos tiempos de la Era Digital, en la que no eres nadie si no sabes encasquetar en tres segundos una foto en el muro, la rehabilitación de un utensilio tan adusto y tan poco útil como un reloj de sol pueda llegar a despertar algún interés. Hacen falta cábalas solsticiales, cuentas equinocciales, conocer el giro del sol y, aun con una tabla de equivalencias en la mano, es necesaria una última operación matemática para sumar o restar esos minutos que le hemos robado al sol y que hemos sabido desaprender «sin memoria» cuando nos regalaron el primer Casio digital de diario o el suizo de manecillas reservado para las grandes ocasiones.

Alienados por el imperio de la inmediatez, no somos capaces de entender que nuestro analfabetismo solar es un síntoma más de esa decadencia disfrazada de contemporaneidad que siguen cacareando a los cuatro vientos (en línea, claro) las redes sociales. El mito de Ajaz, el de la rotación invertida, tan incómodo para esta hora, vuelve, sin embargo, a La Palma gracias al estudio exacto de Luis Ramírez Castro y Luis Balbuena Castellano a partir de una fotografía olvidada, a una viga de tea esculpida a cincel por el equipo de Carpintería que dirige Jaime Álvarez Brito, a una varilla de hierro forjada por el grupo de Cerrajería encabezado por Ricardo Guzmán Toledo, y a los finos pinceles que solo saben manejar las Dos Isas del Taller de Restauración del Cabildo. Sin duda, un trabajo en red, artesanal, milimétrico, pausado, incluso lento (como el sol), pero siempre con luz, con mucha luz. Y ahí queda el tiempo concentrado en una sombra, la del rayo orientado al gnomon y proyectado sobre un tablero. Ese tiempo concebido a principios del siglo XVIII para las gentes del convento franciscano y los moradores de la Asomada por otro hombre llegado de las Islas del Norte, como O’Daly, y entregado al común: Teobaldo Macghee, comerciante de vinos y maestro de fabricar relojes.