entre nosotros >

Va por ti, Madre > Juan Henríquez

Tras la cristalera que me separa del ataúd en el que descansas plácidamente, rodeada de flores que te han enviado familiares y amigos, observo tu limpio y fastuoso rostro, Madre. Trato de encontrar las huellas del vía crucis que tuviste que atravesar durante 86 largos años. Es tu último sueño terrenal, Madre, y por muy extraño que te parezca, no queda ni rastro de las heridas y llagas que te habían producido tu pedregosa vida. Procuro descifrar tu mudo lenguaje, y lo único que interpreto es que intentas pedirme sobriedad y equilibrio emocional para unificar los corazones de tus hijos/as a punto de reventar; es porque no resisten tu ausencia física, Madre.

Sigo tus deseos, y me acerco sigilosamente a todos ellos/as, hablo de mis hermanas/os, y sin interrumpir los pensamientos que les embarga por tu particular decisión de emprender un largo viaje sin retorno, les analizo la retina de sus ojos, y sólo veo la pureza del amor infinito que te veneraban en vida, y que conservan intacto después de tu muerte. Mis manos se deslizan por sus caras húmedas de lágrimas desaguadas por tu fugaz huida hacia el encuentro con otros seres muy queridos para ti, y que necesitaban de tu compañía en ese otro mundo en el que tú creías: el cielo. Te transmito, Madre, desde la primogenitura que me otorgaste al parirme el primero, lo que descifro en sus limpias miradas.

A Conchi le abruma una gran tristeza, piensa que no quisiste escuchar a su corazón que pedía con insistencia tu comprensión; porque de tu amor jamás dudó. Olga, desde la soledad impuesta por circunstancias ajenas a su deseo, reclama de tu generosidad un trato diferenciado; concédeselo Madre, te adora. Perdona Madre, no interpreto muy bien el mensaje de Ana, sólo veo entre las nubes de sus ojos una gran ternura y cariño; te mira como si quisiera acompañarte en este tu último viaje. ¡Oh!, me cuesta un montón transcribir los destellos que desprenden los ojos de Margot, su corazón no admite que te hayas ido, se resiste a vivir sin tu presencia física, no permitas que se derrumbe, Madre. En la mirada de Elín veo un gran espacio desierto, pero aparece un oasis que intenta llenar con las lágrimas del amor y el respeto que siempre te ha tenido, Madre. Te hablaré del administrador de tus bienes durante tus últimos años, todos/as hemos aplaudido su gestión, nada que reprocharle, todavía sigue ajustando tus cuentas; este Toño es un crack, Madre. ¿De mí?, como dice inocentemente tu nieta Carla: tengo creencias un poco extrañas. Puede que tenga razón, pero a dónde quieras que hayas decidido irte, envidio la suerte con los que compartas tu nueva aventura.

Un último detalle, Madre. Estoy seguro de que lo sabes, pero necesito publicarlo a los cuatro vientos porque es una lección de incalculable valor en la juventud. Con tu muerte he descubierto el cariño y la admiración que por ti sienten tus nietos/as y bisnietos/as. Todos como una piña en la estación, y mientras sus corazones vibraban, alzaron los pañuelos al aire, y como si de tu coro se tratara, exclamaron: ¡hasta la vista, abuela!

juanguanche@telefonica.net