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Vibración victoriana, por Fran Domínguez

HysteriaEl puritanismo imperante en la recatada sociedad victoriana exiguo espacio otorgaba a los límites que sobrepasaran los convencionalismos sociales y sexuales de una época donde la hipocresía, como ahora, pero bastante más larvada, campaba a sus anchas. Bucear en esos tiempos decimonónicos y establecer paralelismos con los actuales siempre resulta estimulante, pues a medida que se profundiza un poco se detectan más similitudes de las que a priori pensamos. Hysteria cumple muy bien este cometido a pesar de ser un filme que pulula sin grandes alardes, con un cierto punto de sobriedad, que no hace sino corroborar el sello de las comedias ligeras y gráciles que suelen realizarse en la Pérfida Albión. Partiendo desde la invención del consolador eléctrico como elemento asociado a prácticas médicas, y en concreto vinculado a lo que se conocía en la comunidad científica como histeria femenina (considerado un mal de males, que se combatía con sesiones de “masajes pélvicos”), la película firmada por Tanya Wexler teje con humor e ironía una historia con trasfondo romántico que refleja con aparente amabilidad un mundo estrictamente estratificado y represor, donde la mujer -sea cual fuere su condición social- debía sufrir con estoicismo el rol que debía representar. Obviamente, sobra decir que los momentos más cómicos de la narración se circunscriben a los alivios en forma de “masturbación clínica” a los que se sometían las pacientes que acudían a las consultas. La cinta, que de modo paulatino decrece en intensidad, está protagonizada por Hugh Dancy y la convincente Maggie Gyllenhaal, en el papel del doctor Joseph Mortimer Granville -inventor del mentado aparatejo vibrador- y de la “revolucionaria” Charlotte Dalrymple, respectivamente; y en el que también destaca un Rupert Everett muy en su papel de gentleman excéntrico en la piel del aristócrata inventor Edmund St. John-Smythe. Sin llegar al paroxismo, un correcto producto cinematográfico que merece su visionado.