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Viento > Alfonso González Jerez

Sobre la pequeña ciudad de provincias, sobre este decrépito y recoleto horror que ya no distingue las tardes de los jueves de las mañanas de los domingos, se cierne un viento fuerte que arremolina nubes grises, pesadas, dispépticas. Las ventanas de las colmenas comienzan a iluminarse con los fulgores de los televisores que escupen baba tremendista sin un minuto de descanso. La confusión está en detectar señales del Apocalipsis cuando uno ya camina entre cadáveres. Ya cientos de personas pernoctan en las calles y descampados de Santa Cruz y de las ciudades canarias. Miles los ciudadanos que a mediados de mes se empiezan a alimentar de pasta barata y bocadillos de fiambre. Enfermos oncológicos a los que se les está a punto de suprimir el tratamiento y ancianos que no llegarán vivos a disfrutar de una prótesis de cadera y verán su movilidad frustrada entre crecientes dolores. Centros sociales que cerrarán en agosto para no volver a abrir jamás y establecimientos farmacéuticos al borde de la quiebra. Mientras en el centro de la capital se mantiene un desértico simulacro de normalidad, en los barrios grupos de jóvenes y adolescentes cada vez más numerosos deambulan perdidos entre el bar de la esquina y la esquina misma donde se hunden sus días. Representan a toda una generación que se pudrirá bajo el sol de nuestra primavera eterna mientras los más afortunados (los hijos de las clases medias aun acomodadas) huyen a Europa y a América porque saben idiomas y cuentan con una titulación bajo el sobaco aterciopelado. ¿Alguien tiene alguna información sobre los cientos de millones de euros que una decena de grupos empresariales ha sacado de Canarias en los últimos tres años?

No hay que contar con ningún heroísmo por parte de las élites políticas y empresariales. Nuestra entrañable oligarquía ya no miente: ignora desaforadamente la realidad. Basta con el ejemplo de Mariano Rajoy en la rueda de prensa del domingo. Miente bellacamente y casi reconoce que está mintiendo y que seguirá mintiendo en el futuro cuando le plazca, porque suyo es el poder y la gloria. Miente además con desprecio, con un desprecio nada disimulado hacia los periodistas de mierda que le han forzado por penúltima vez a una comparecencia pública, con un desprecio que se trasluce no solo en un lenguaje deliberadamente insignificante, sino en su propio código gestual. Al final sonríe y todo. La sonrisa del lagarto que se ha bacilado de los plumillas. Miento porque puedo y no solo porque quiero. Miento y ustedes no pueden hacer nada. Miento porque esto, señores míos, ya apenas puede llamarse un sistema democrático, y ustedes no se han enterado. Viven ustedes en el pasado mientras yo he ganado tres meses más en el futuro antes de la siguiente mentira. El futuro se ha acabado. No rescatan un país: rescatan un modelo de acumulación financiera y control político, social e ideológico que jamás será sometido a votación.